miércoles, 20 de noviembre de 2024

La tradicional decoración de fin de año

En tiempos pretéritos, trabajar para una empresa implicaba ingresar a la nómina un día y salir de ella otro día (muchos años después) cuando —medio a las malas— te jubilaban. De esas épocas pasadas sobreviven costumbres que trascienden lo estrictamente laboral, como la decoración de fin de año. Eso era una fiesta donde todos participaban con entusiasmo. Pero los contratos pasaron de indefinidos a término fijo, los empleados se volvieron contratistas, los milenials cambiaron estabilidad por felicidad personal y el trabajo a distancia complicó conjugar el verbo decorar en las instalaciones físicas, por citar solo algunos cambios..

Llegó la hora de evolucionar... y no pasó nada. Le tocó a los jefes de área asumir el reto anual no remunerado de “motivar” a los subalternos para el operativo estético. Ante la evidente apatía desarrollaron estrategias sutiles y de las otras. Dar a entender, sin decirlo jamás, que había una relación causa—efecto entre entusiasmo navideño y variables como renovación de contrato, ascensos, anticipo de la prima o carga de trabajo. Todo enmascarado en un tono festivo acorde con la época. Otros no se complicaron la vida e incluyeron la actividad en los indicadores de gestión. No suena mucho a líder empático, pero funciona. 

Por supuesto, nunca faltó el optimista que apeló al espíritu de las fechas que se avecinan. En todos los casos, pero sobre todo en el último, el éxito depende de dos personajes.  El creativo y el cansón. El primero tiene las ideas, la habilidad y la dedicación para convertir, él solo, la más insípida oficina en una reproducción fiel del portal de Belén con ovejas de papel maché, mula y buey de icopor, cuadro en cartulina de la sagrada familia y techo de balso. De hecho es la persona con más traslados dentro de la organización, pues seis meses antes de la Navidad todos los jefes de área se lo pelean.

Pero eso vale plata y hay que recoger la cuota “voluntaria” entre el personal. Ahí aparece el cansón. No es muy popular, pero lo entienden. Entre otras cosas porque, hablando de “voluntarios”, muchas veces su condición de tesorero temporal no es por vocación, sino por imposición del jefe. El personaje debe solicitar, pedir, perseguir, implorar, acosar, apremiar, rogar e importunar hasta que, como quien exprime la última gota de un limón, recoge el aporte en efectivo de sus compañeros de área.

Claro, existen especímenes que no solo se ofrecen para el rol, sino que lo disfrutan. Esos son especialmente útiles en aquellas dependencias sin creativo o nada que se le parezca. Ahí donde el dinero de la cuota terminará financiando alguna decoración genérica como “tecnología navideña”” (cuatro bolas adheridas con cinta pegante a ambos lados del computador); el “tradicional árbol” (una vieja y enclenque estructura decorada con lo viejo que todavía sirve y algo nuevo para justificar la cuota); el “camino de San Nicolás” (paredes empapeladas de afiches venteados del gordo de vestido rojo ); o metros y metros de guirnaldas, serpenteando por cubículos, paredes, techo, marcos de las puertas y demás espacios, sin orden ni lógica pero con una muy discutible estética, sujetadas mediante cosedora, cinta pegante, tachuelas y puntillas.

La historia a veces incluye novenas (otra cuota); familias (por lo menos un día y cuota adicional); mascotas (para ser inclusivos con la modernidad); disfraces (agregue cuota y resignación al ridículo en proporción directa a la necesidad de supervivencia laboral) u otras arandelas (léase, más cuotas). También puede ser un concurso por… el tercer lugar. El primero y el segundo se lo rotan entre Mantenimiento y Presidencia. El área con M porque su personal es el mejor calificado para aquello de construir infraestructuras y el área con P porque solo ellos tienen la plata para contratar externos dotados de similares destrezas y recursos.

Sin hablar de que el jurado, normalmente, es seleccionado e incluso pagado por Presidencia.

Eso también es una tradición.