Si usted ve al señor Barreto por la calle lo más probable es que ni siquiera perciba su presencia. Y si por alguna razón lo nota, solo es cuestión de tiempo para que forme parte (Barreto) del inventario de asuntos olvidados. Razones sobran. La ropa del tipo es genérica, se comporta con discreción casi invisible, el rostro carece de particularidades y anda como uno más en la marea humana que transita a diario por la vida.
Pero los omnipotentes, los que tienen la autoridad en escenarios específicos, los que rigen el destino de organizaciones o personas por elección, delegación o herencia poco o nada pueden hacer para ejercer su máximo poder frente a este caballero.
No existe dueño, administrador o empleado que pueda sacarlo de una larga lista de locales. Se incluyen meseros, chefs y metres de restaurantes. Cantineros, barmans y vigilantes de bares. Canchero o tendero de canchas de tejo. Artista principal, guardia o acomodador de concierto. La inmunidad de Barreto alcanza los clubes sociales, donde ni siquiera la junta directiva tiene la capacidad de expulsarlo de las instalaciones.
Tampoco es factible retirarlo de catedral, capilla, templo, sinagoga, iglesia de garaje o ermita, sin importar lo que hagan obispo, sacerdote, rabino, pastor o monja (incluye madre superiora). Lo mismo ocurre con esos medios de transporte donde regulaciones aceptadas por todos los países le otorgan autoridad absoluta al comandante de la nave. No hay piloto capaz de bajarlo de un avión o capitán que pueda desembarcarlo de yate, crucero o barco de carga.
Para dar algunos ejemplos con nombre propio, el gran Elon Musk no puede eliminarlo de X (antes Twitter), el insigne Mark Zuckerberg es incapaz de sacarlo de Facebook, Instagram, WhatsApp o Threads y, por increíble que parezca, ni siquiera el todopoderoso Donald Trump tiene como expulsarlo de Estados Unidos.
No existe árbitro con la capacidad de excluirlo de actividades deportivas, gerente calificado para prescindir de sus servicios, funcionario de alto nivel (superintendente, viceministro, ministro, presidente) que pueda removerlo de la nómina.
No siempre fue así. Hubo épocas en las que el señor Barreto salió por la puerta de atrás y no siempre en los mejores términos de lugares físicos y organizaciones. Pero cuando cumplió los requisitos y se pensionó supo que nunca podrían volver a echarlo de ningún trabajo, oficial o privado, ya que nunca volvería a trabajar.
También decidió (con ayuda del calendario y las recomendaciones médicas) restringir el consumo de alcohol a una que otra copita en casa, lo que lo alejó para siempre de bares y similares. Y como ya vivió bastante y sabe la diferencia entre lo que debe hacer y lo que es opcional, empezó a quitarle escenarios a la vida.
El señor Barreto no va a restaurantes (existen domicilios y comida casera). No juega tejo. No asiste a conciertos. No es socio de clubes. Maneja su relación con el omnipresente ser superior en la intimidad de su casa. Limita sus traslados intermunicipales a zonas cercanas que no requieren aviones o barcos. No hace deporte en plan competitivo y no tiene redes sociales.
Por eso es imposible que lo saquen, retiren, expulsen o eliminen de múltiples espacios, físicos, organizacionales o virtuales. Porque él no está ahí. Y no importa que tanto poder tenga alguien para decidir sobre la presencia de otros en su jurisdicción. Es imposible sacar al que no está adentro.
Como al Señor Barreto. Quien, por cierto, es un tipo feliz.