jueves, 24 de noviembre de 2016

Vete de aquí, perro criollo colombiano

Aclaremos, aquí no estamos hablando de eso que llaman políticamente correcto. Tampoco vamos a aportar elementos para esa discusión medio esotérica sobre las intenciones subyacentes del lenguaje. Ese problema se lo dejamos a los filólogos, los psicólogos, los sociólogos, los activistas y los desocupados.

Aquí también somos desocupados, pero de los otros. De los que pasamos por cierta cantidad de años y nos damos cuenta de que algunas actividades, objetos, seres vivos, cualidades o condiciones ya no se llaman así. Lo bueno es que da tema para las amilcaradas, como hicimos con ciclas y bicis, o con tintos y otras bebidas calientes.

Por ejemplo, siempre han existido perros cuyo árbol genealógico combina tantas razas que es sencillamente imposible clasificarlos en alguna. No se necesita ser un experto, solo hay que mirar ese aspecto donde la cara es de gran danés con peluqueado de french pooddle; las piernas de pastor alemán con un toque de pequinés: el cuerpo alargado como de salchicha con un lomo que evoca un rothweiller;  y el color en algún punto entre cenizo y beige con motitas. Pero como aquí no hablamos de etología sino de  lenguaje, estos caninos eran los gozques.  El gozque de la calle, el gozque del taller, el gozque que nació de la perra del vecino (o de la perra propiedad de la vecina, con esa aclaración en la redacción para evitar confusiones) y que por negocio o donación terminó integrado a  nuestra familia.

El gozque no es el único residente en el mundo de los caninos a prueba de clasificación. Lo acompaña el perro criollo colombiano. Este también es el resultado de una larga mezcla de razas en circunstancias no siempre aptas para menores de edad. Este también pulula por calles y hogares. Este también tiene una larga historia que a veces lo deja bien parado frente a homólogos con más pedigrí. También le ha tocado ser el malo de la película. Ha sido héroe o villano, como salvador entrenado o improvisado, o como transmisor de enfermedades. Y este también parece un gozque. O mejor,  los gozques parecen perros criollos colombianos.

Es decir, que si se ve como gozque, suena como gozque y camina como gozque… es  un perro criollo colombiano. Pero no parece aceptable llamar gozque al gozque. Supongo que se pueden ofender. La palabra no es adecuada para escenarios cultos. O es difícil de insertar en el mundo globalizado.

O simplemente es uno más de esos términos que por criterios basados en la moda, la influencia extranjera, el esnobismo o la vergüenza de aceptar lo que somos se cambian sin  ninguna necesidad.

Así fue como los fracasados se volvieron perdedores (traducción del anglicismo loosers); en los hoteles la gente dejó de registrarse para hacer check in, las historietas pasaron a llamarse cómics; la gente ya no divulga temas sino que los socializa y cuestiones como estas se volvieron adecuadas para organizar conversatorios.

Por si las moscas, le sugiero prepararse. La próxima vez que un can de los mencionados  lo importune en la calle, no se le ocurra decirle “chite gozque”. No señor, hay que decirle: “Vete de aquí, perro criollo colombiano”.