Dos años han pasado desde cuando Julián recibió su título de ingeniero de sistemas. Sin embargo, el joven profesional no mide el tiempo en días, sino en hojas de vida. La que está a punto de entregar es la número 97. Pero esta vez, va a la fija.
En efecto, llena el perfil, Y el potencial jefe directo fue alguna vez su profesor de programación. La secretaria recibe los papeles y sonríe. Buena señal. Luego entra a su computador, consulta la agenda, da alguna orden e imprime un pequeño pero completo cronograma. Lunes, exámenes; martes, entrevista con el jefe directo (el ex profesor); miércoles, entrevista con la gerente general.
Y aunque no están escritos, la mente de Julián ve con claridad los dos pasos finales: jueves, aprobación; viernes, fin al desempleo.
Los exámenes son casi un juego. La entrevista con el ex profesor es un formalismo. Solo queda un escollo: la gerente general. Así que bien temprano, -por aquello de la puntualidad-, y bien elegante -por aquello de la presencia- Julián se sube a un bus -por aquello de no tener plata- y parte a la cita con su destino.
Pero su destino también madruga en forma de señora con canasto de empanadas. Ella se sienta al lado del ingeniero. Sus alimentos vienen de un aceite de esos que están fritando desde el principio de los tiempos. El relleno es de origen desconocido, aunque con una lejana esencia de carne. El bus entero queda perfumado a empanada callejera, para disgusto de algunos, aunque no de Julián.
El chofer del vehículo de transporte público tiene afán. Así que corre, frena, toma curvas suicidas y hace que sus pasajeros se muevan de un lado para otro, cual carga indefensa. Por eso, la señora de las empanadas se bajó, pero dejó su discreto olor. A Julian eso le pareció divertido.
Pero cuando él abandonó el automotor y el olor lo seguía acompañando, la diversión se volvió preocupación. De alguna manera la esencia de frito se había convertido en parte de su propia esencia. Dicho en términos menos filosóficos, olía a empanada barata. Y no había tiempo.
Así que llegó a la oficina de la gerente, anunciándose - inicialmente por vía nasal - ante una sorprendida secretaria, que por un intercomunicador con altavoz le avisó a su jefa que el joven aspirante estaba allí.
Julián oyó la respuesta: “Dígale que siga... y dígale a doña Tulia que deje de calentar esas empanadas horribles en la oficina. Todo huele a esa vaina”.