jueves, 21 de febrero de 2008

Pedalazos 8. Ellas nos cuidan

Eso de enfrentar la mañana capitalina en dos ruedas, sin más protección que la ropa y un chaleco reflectivo es para valientes con vocación de paleta. Hay veteranos que han pedaleado la madrugada durante años. Otros empezamos a desafiar la nevera cuando un alcalde dio facilidades. Pero hay algo más frío que el amanecer con viento en Bogotá. Es la mirada que ella nos lanzó en el momento de expresarle el proyecto de convertir la bicicleta en el medio oficial de transporte.

Ella puede ser mamá, esposa, o jefe.

Para mamá, ser ciclista en Bogotá y profesor de marxismo en zona paramilitar tiene una sola diferencia. La segunda opción es más segura. En su visión, conductores asesinos, ladrones despiadados y motociclistas sin desayunar salen todas las mañanas a cazar ciclistas en la calzada. Cuando se le explica que ahora hay ciclorrutas, entonces agrega a la lista los peatones amargados.

Su mente elabora constantemente presagios apocalípticos. Aguaceros con tormentas eléctricas y vientos huracanados se confabularán diariamente para garantizar que ese pedalazo sea el último. Y ella no va a poder estar tranquila. No mijo. No me haga eso.

Digamos que mamá ya no tiene influencia directa. Entonces otra versión femenina es la esposa. Supongamos que pese a la crisis, las dos ruedas de tracción humana son una opción, no una necesidad. Una noche antes, durante, o después de la comida anunciamos la metamorfosis. De bus - o carro - a bicicleta.

Ella primero pensará que es un chiste. Pero ante la evidente decisión vendrá el contraataque. Eso de la bicicleta - primer argumento - es cosa de jardineros. De los que andan con galón de gasolina en la parrilla, maletín de herramientas en bandolera, y la guadaña eléctrica debidamente ajustada a la barra. Segundo argumento. Usted ya está muy viejo para eso. Tercer argumento, llegará a la oficina todo sudado. Cuarto argumento, es muy peligroso (los instintos maternales nunca desaparecen).

Usted insiste, Entonces ella se destapa. Qué dirá la gente. Si quiere hacer ciclismo, para eso están los gimnasios, el “spining”, la ciclovía. Si hubiera querido un ciclista me hubiera casado con Santiago Botero. ¿Y si se pincha?

La tercera andanada lo espera en el sitio de trabajo. La jefe - ellas mandan - se enterará coincidencialmente. Su mente rápidamente compondrá el cuadro. Una avenida. El mejor cliente le pita desde su “Mercedes” a un ciclista. Media hora después, una junta. El mejor cliente trata de recordar donde vio a ese señor sudado con el que está negociando. Lo recuerda. El ejecutivo era el mismo torpe que casi no lo deja pasar.

La jefe sabe que en tiempos de la tutela, no se pueden dar órdenes arbitrarias. Pero el poder es para poder. Extraños memorandos aparecen. Se limita el uso del parqueadero. La hora de entrada y salida cambia. Cada vez que llega un cliente nos mandan a la bodega. La empresa hace convenio con un gimnasio. La vieja solicitud de préstamo para carro se desarchiva de repente. Lo invitan a una conferencia sobre las ventajas de caminar 30 cuadras diariamente.

Ellas te quieren en la calle.

Pero sin pedalear.