martes, 4 de octubre de 2016

El bueno, el malo y el otro

Algunas personas juzgan el cine de acuerdo con los protagonistas. Más allá del argumento, la historia, el director, la técnica, lo que importa de un filme son los actores. Y ese actor o actriz determina si se ve o no la película, y, lo más importante, si es buena o mala.

Por aquí pasa algo parecido,  pero con una pequeña diferencia, No es cuestión de  película, si no de vida real. La bondad o maldad de un hecho depende de su protagonista. Es decir que cuando mi amigo, conocido, pariente o ídolo hace algo, es bueno; pero cuando mi enemigo, desconocido, rival o el que me cae mal hace exactamente lo mismo, es malo.

Usted y yo tenemos a múltiples historias donde nos indignamos, enfurecimos y molestamos porque ese personaje que tenemos en tan poca estima asumió esa conducta… ¿cuál conducta? Carece de importancia.  Es simplemente inaceptable. 

Eso contrasta con nuestra actitud, comprensiva, tolerante, condescendiente y generosa y hasta elogiosa ante el comportamiento de nuestro pariente, amigo o conocido… comportamiento que es exactamente igual a la inaceptable conducta del otro.

Para efectos de quedar bien, acudimos al lenguaje. Entonces los grafiteros son vándalos, pero el que conocemos es un artista. Quien intenta sobornar un funcionario público es un corruptor que merece la cárcel, aunque si algún conocido hace lo mismo con el policía de tránsito se justifica porque de todas formas se iban a robar esa plata. Los hijos de los demás son malos estudiantes, a nuestro hijo el profesor lo odia. Ese tipo que no hace fila es un abusivo, ese amigo que tampoco hace fila es recursivo. Esa canción de moda es horrible, su letra es estúpida y el cantante es un tarado; hasta el día en que el sobrino con inclinaciones musicales la incluye en su repertorio. El  vecino que nos cae  mal es un grosero que no saluda, y el que nos cae bien estaba despistado ese día que no nos saludó.

En todos estos casos y en otros tenemos dos niveles. Los que asumen la actitud mencionada en forma discreta, e incluso ejercen el sagrado derecho a retirar las posaderas cuando el problema se pone complejo. Es decir los que se retiran de grupos en las redes sociales; evaden conversaciones, abandonan tertulias familiares, se alejan de reuniones de oficina y de encuentros sociales; y se cambian de puesto en el bus o se bajan cuando las circunstancias los obligan a justificar su difícilmente justificable incoherencia.

Los personajes mencionados pasan agachados. Los que realmente tienen problemas son quienes se pasan la vida gritándole al mundo entero como piensan (ellos), como actúan (ellos), quien es el bueno (ellos), quien es el malo (otros) y por qué ellos siempre tienen la razón, nunca se equivocan y son el futuro del país.

Los que jamás perdonan el más mínimo error a su larga lista de contradictores, ni pierden ocasión para señalar públicamente que nunca, jamás, en la vida y de ningún modo apoyarían ese nefasto personaje que representa todo lo malo que ocurrió, ocurre o ocurrirá en este país. Son quienes deben acudir a todo tipo de acrobacias verbales y pirotecnias intelectuales para justificar cuando, por cualquier razón, se ven obligados a coincidir con el que toda la vida fue el malo de la película.