Era, por decirlo de una manera sencilla, una cuestión de principios. Aunque también incidía el factor plata. Pero lo importante en este asunto era la dignidad. Y la autoestima. Y la autodeterminación. Y el smoking.
De entrada, le parecía una prenda inútil. Ese pedazo de tela sobre la barriga, por ejemplo, no tenía razón de ser. Y ni hablar de camisas sin cuello. La humanidad había demorado siglos en ponerle cuello a las camisas, entonces, ¿Para que quitárselo?
Tampoco era lógico. Si nadie - o casi nadie - tenía smoking, ¿por qué todos, o casi todos, debían ir disfrazados de meseros a esa fiesta? Él ya estaba viejo para que le anduvieran imponiendo maneras de vestir. Él no iba a ponerse un trapo de esos.
- ¿Estás conmigo mi amor?
- Déjese de tanta pendejada y alquile ese smoking, que yo quiero ir al matrimonio de Clemencia.
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Perdida la primera batalla, se evidenció la ignorancia, Ni él, ni el Flaco Maldonado, ni siquiera el Jefe sabían cómo o dónde se alquilaba un smoking. Así que el siguiente paso fue organizar un paseo sabatino.
El Flaco, como siempre, se tomaba el asunto con filosofía. Era el único soltero del grupo, la plata le sobraba - las malas lenguas decían que sostenía dos amigas para las noches solitarias - y aún era flaco. Y tenía pelo. Y estrenaba varias veces al año.
El Jefe y él, en cambio, eran barrigones, calvos, repletos de obligaciones familiares y patéticamente fieles. Pero el Jefe... era el Jefe. En cambio él... nada.
Por lo menos lo dejaban manejar el carro de su superior. Y por eso iba al volante en la sesión previa al desfile de modas. Tres hombres maduros camino a un almacén de ropa. Y de alquiler. Qué horror.
El dependiente resultó afeminado. Pero lo que en realidad le molestaba a él no era el amaneramiento, sino la evidente intención del encargado del almacén. Recordarles a cada momento que ellos en smoking... jejiju. Y dale con la risita.
- Jejiju. A ver joven - se dirigió al Flaco - usted puede utilizar fajín de colores. Es lo que recomienda la etiqueta para la gente de su edad.
- ¿Y nosotros?
- Jejiju. ¿Ustedes? Pues negro y blanco. Pero tranquilos, que también hay tallas grandes.
Era obvio que necesitaban tallas grandes. No había que decirlo.
- Jejiju. Le queda realmente bien - hablaba con El Flaco - Y - miró de reojo al Jefe y a él. Sí, son sus tallas.
Deseosos de acabar lo más rápido posible, pidieron precios, pagaron y retornaron al vehículo. Mientras iban hacia la casa del Jefe este puso el tema.
- ¿Y esto con que zapatos se usa?
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Todas las noches, él seleccionaba el par del otro día, y sacaba la vieja caja de embolar. Tampoco era tan pobre, pero le gustaba el olor del betún, y la forma como lo opaco iba adquiriendo brillo. Era una especie de terapia.
Lo de selección era una manera de decirlo, porque se trataba de escoger entre los viejos cafés, y los viejos negros. Cuatro cueros sobrevivientes de incontables remontas. Eran buenos para el diario. ¿Pero cuales quedarían mejor con el smoking?
Primero, obvio, la atención se centró en los negros. Y empezaron las imperfecciones. Las arrugas del cuero cuarteado, que ni siquiera la más gruesa de las capas de betún podía disimular. El tacón izquierdo gastado en la parte de atrás, reflejo de esa maña de marcar ritmos imaginarios para sobrellevar el día. Los cordones deshilachados. No. Esos no.
Y los cafés. Más o menos lo mismo, con el agravante de que eran cafés. El smoking era negro, Los zapatos eran cafés.
Para el Flaco era tan fácil. Iba a comprar zapatos nuevos. Él podía hacerlo también, pero era una cuestión de principios. Ya era suficiente con alquilar un pedazo de paño por una noche para, además, terminar con un par de zapatos que no iba a usar, y no necesitaba, arrumados en el closet.
¿Y el Jefe? El asunto era de índole práctico. Por eso era jefe. Así, había decidido usar sus zapatos de siempre. Es decir, de dobladillo para abajo, iba a ser un tipo común y corriente. Común y corriente...
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- ¿Qué hubo Flaco, compró zapatos?
- Si compadre, vea, los tengo puestos para domesticarlos un poco. Es que eso de bailar estrenado es muy duro.
Eran unos mocasines de marca. Cuero fino, diseño anatómico, tacón de neolite. Se veían bonitos. Pero corrientes. Los dos hombres que eran lo que él no era, iban a llevar zapatos corrientes a la fiesta. Comunes y corrientes.
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-Jejiju... Pues, el charol.
Tal vez - y no era que estuviera muy seguro - cuando niño le habían puesto unos zapatos de charol. Tal vez fue junto con unos pantalones cortos de terciopelo verde, una camisa abombada, un corbatín y un chaleco de terciopelo. Había por ahí una fotografía. No se veían los pies, pero qué ridículo se veía el resto.
-Jejiju. Mira, para que la elegancia quede completa, se deben usar zapatos de charol. ¿Has visto militares en uniforme de gala?
El se perdió momentáneamente en una escena de fantasía. Vio sus hombros rodeados de charreteras, y su pecho ungido de medallas. Se terció dos cartucheras cruzadas y colgó un sable a su derecha, y a su izquierda una miniuzi. Hombres con radioteléfonos vigilaban su entorno mientras desde el piso, refulgentes, dos brillantes zapatos de charol anunciaban la llegada del general. De él, General.
- Yo, jejiju, se los puedo conseguir.
- Como así, es que no los tiene?
- No, pero tranquilo. Yo se los consigo. Son como estos.
Eran dos diamantes negros. Dos obras perfectas de artesanía rematadas en una capa brillante y homogénea que lo iban a diferenciar a él. Es iba a ser su noche. El Flaco podía ser joven. El Jefe podía tener poder. Pero nadie iba a pisar como él.
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Fueron juntos a recoger su respectivo disfraz. Una medida rápida confirmó lo evidente. El Flaco se veía juvenil, el Jefe maduro y él normal. Aprovechando un momento de distracción le preguntó al dependiente
- ¿Y mis zapatos?
- Jejiju, esta tarde, no se preocupe.
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La ceremonia empezaba a las seis. Eran las cinco y no había
salido de casa. Tampoco había pasado por los zapatos porque su mujer, cosa rara, había invertido media tarde en el salón de belleza. El sí se preocupaba.
- ¿Lista mi amor?
- En 20 minutos.
Dios se apareció en forma de Flaco. Mejor, llamó por teléfono. Como vivían relativamente cerca, le propuso que tomaran el mismo taxi. El tuvo una idea mejor. Que se fueran adelante el Flaco y su esposa, mientras él recogía algo pendiente. No, era una sorpresa.
El primer contingente partió hacia la Iglesia. El iba por los zapatos. Entonces cayó en cuenta que no era muy elegante llegar con un paquete en la mano. Ya sé. Me llevo las abuelitas, que se doblan y caben en un bolsillo. No, mejor las chancletas de viaje.
El del taxi no se dio cuenta, pero él estaba seguro que todo el mundo andaba pendiente de sus pies. De esas chanclas transparentes de plástico que un remataban el smoking. Era de noche cuando llegó al almacén. Dios mío, está cerrado.
-Jejiju, tranquilo que no me he ido.
No había tiempo para cambiar de taxi. Recibió la caja por la ventanilla. Revisó rápidamente su contenido y arrancaron hacia la Iglesia. Era tanta la emoción que botó por la ventana las chanclas. Se colocó primero el zapato derecho...
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- Oiga mijo, pero deje el mal genio.
- No estoy bravo, solo adolorido.
- Eso le pasa por andar de afán y con secretos, si me hubiera dicho.
- Mi amor, no me regañe más. Hola Flaco. No, es que no quiero bailar. Jefe, después hablamos, ahora, estoy ocupado.
Claro que lo estaba.
Era una cuestión de principios.
Es muy complicado andar -ni qué decir de bailar- con dos zapatos del pie derecho.
Maldito marica.