lunes, 14 de julio de 2008

Cumpleaños con fiestas ajenas

En el fondo, Mateo reconoce que es un castigo de Dios. Cuando tenía 10 años, se antojó de un carro de bomberos a pilas. Por esos días venía el cumpleaños de su hermano, de 16 años. La pequeña mente maquiavélica le pidió plata al padre para comprarle regalo al hermano y adquirió el carro de bomberos.

El plan fue perfecto. Luego de la sorpresa inicial, el hermano escondió el vehículo unos días pero despues no le hizo más caso. Así, Mateo disfrutó de su juguete.

Pero pasaron los años y el niño creció, se hizo profesional y, a estas alturas, cero responsabilidades familiares. Excepto una, aceptar las invitaciones de parientes cuando cumple años. Por ser el solterón del clan, sus hermanos, padres y primos se rotan para “atenderlo”. Esos parientes sí se casaron, sí tienen hijos y obviamente viven para ellos. Así que han encontrado la excusa ideal para llevar a los pequeños a sitios adecuados: el cumpleaños de Mateo.

Por eso, lo invitan a negocios de comida rápida y nombre rimbombante. De esos que lo dejan a uno insatisfecho, pero lo bastante lleno para impedir una comida de verdad. Lleno de colesterol y otras sustancias “saludables”. Y a Mateo le toca fingir que es tan feliz como la cajita de turno que devoran alegremente sus sobrinos.

A veces es peor, porque en estos u otros negocios hay un especial de cumpleaños. Eso significa que: 1.- Un coro de meseros destemplados le cantará el happy birthday, lo que lo convertirá en el espectáculo principal del negocio. 2.- Algún peluche gigante lo tomará como compañero para fotos o actividades recreativas 3.- No podrá pedir lo que quiere, sino el especial que sus anfritriones separaron con anterioridad, generalmente especial para niños.

En otras ocasiones, algún pariente considera a Mateo lo suficientemente grande para llevarlo a donde él quiere. Él es el que invita, no el invitado. La cena, entonces, ha pasado por un local ruso en el que sonaban balalaikas, con menú de carne cruda; un estadero mexicano en el cual los gritos del mariachi anularon toda conversación; un restaurante de comida fusión en el que tras una larguísima espera trajeron tres pedazos de zanahoria con mantequilla derretida perdidos en un plato gigante; o ese negocio de moda donde hay que hacer una cola de tres horas para terminar acomodado en una mesa junto al baño.

Una hermana nunca lo lleva a sitios públicos, Siempre lo atiende en su casa. Allí él tiene que soportar las peleas de mesa de cuatro sobrinos patanes. Además es el sujeto de prueba para experimentos culinarios bajados de internet cuyos ingredientes, resultados y efectos posteriores son, en el mejor de los casos: inciertos.

Lo dice la sabiduría popular: Dios no castiga ni con palo, ni con rejo.