martes, 13 de octubre de 2015

Arroz chino, aguacates y ciclistas voladores


Es domingo. William no quiere salir y nadie en casa quiere cocinar. ¿La solución?  El hombre se manda la mano al dril y encarga un domicilio. Son las 12.30. del mediodía.

A esa hora, doña Marcia va hacia la tradicional reunión familiar. Ya compró los tres aguacates de siempre. La vía está solitaria y es de reconocer que se distrae un momento. Así que el alarido del ciclista asusta. Los aguacates van al piso. Atraídos por una fuerza invisible ruedan, ruedan y ruedan hasta caer dentro de una alcantarilla destapada.

Jairo ni siquiera se detiene a ver que pasa con la vieja. No escucha nada en sus audífonos de tortuga. Además su bicicleta tiene prioridad. Y afán, porque de nuevo va tarde a su trabajo como repartidor. Pero es la última vez. La cajera le pasa el dato. El Chino está cansado del incumplimiento y al final del día pagará lo pendiente y adiós.

Cuando doña Marcia llega, su hermano pregunta por los aguacates. Y en vez de la bolsa de siempre recibe un comentario hosco, en tono de molestia. Mala señal. Desde la infancia sabe que cuando a Marcia se le sale el mal genio, pasan unos cuantos días antes de que vuelva a su estado natural. Que lo digan sus ex maridos.

En cambio Jairo se molesta en cámara lenta. Primero es una rabiecita. Gana intensidad al empacar las cuatro porciones de arroz del primer pedido. Cuando sale para donde el cliente ha evolucionado a rencor y deseo de desquite.

William está seguro de que El Chino miente. Como así que el domicilio salió una hora antes. Ya casi son las 3.00 de la tarde, y todos están bravos y hambrientos. Mientras, Jairo y sus amigos disfrutan del arroz. La idea inicial era simplemente demorarse un poco, pero aparecieron los del parche y algo parecido a una sofisticada venganza tomó forma. El pedido nunca llegaría, el chino quedaría mal. Tal vez perdería clientes…

Lunes. William amanece envenenado después de haber tenido que salir a buscar pollo asado a las 4 de la tarde. Doña Marcia sigue brava por los aguacates. Pasa justo por la entrada del parqueadero cuando el carro está punto de ingresar y oye el pitazo. Reacciona. Voltea y le ladra algo al conductor. William insiste, pita de nuevo. Durante un par de minutos intercambia adjetivos con la señora atravesada hasta que ella le da paso y se aleja despacio, girando de vez en cuando para hacerle alguna observación poco agradable a su nuevo “amigo”.

El conductor responde con un par de “flores” verbales. En ese momento se entera de que por otra entrada del parqueadero alguien se apoderó del último cupo. La palanca de cambios pasa a reversa, el espejo retrovisor  muestra que no vienen carros y con un movimiento brusco retrocede buscando a la vía.

¡PUM! La bicicleta que viene por el andén golpea el automotor y el ciclista, con sus audífonos tipo tortuga, pasa volando por encima del baúl y cae al otro lado. El afán por llegar adonde El Chino antes de que este cumpliera su amenaza de llamar a la Policía, la salida intempestiva del vehículo y su despiste natural impiden que Jairo esquive el carro.


El informe de la aseguradora habló de lesiones personales en accidente de tránsito por imprudencia de los implicados. Y en ninguna parte se mencionó a los verdaderos culpables: cuatro cajas de arroz chino y tres aguacates,