Es domingo. William no quiere salir y nadie
en casa quiere cocinar. ¿La solución? El
hombre se manda la mano al dril y encarga un domicilio. Son las 12.30. del mediodía.
A esa hora, doña Marcia va hacia la
tradicional reunión familiar. Ya compró los tres aguacates de siempre. La vía
está solitaria y es de reconocer que se distrae un momento. Así que el alarido
del ciclista asusta. Los aguacates van al piso. Atraídos por una fuerza
invisible ruedan, ruedan y ruedan hasta caer dentro de una alcantarilla
destapada.
Jairo ni siquiera se detiene a ver que pasa con la
vieja. No escucha nada en sus audífonos de tortuga. Además su bicicleta tiene
prioridad. Y afán, porque de nuevo va tarde a su trabajo como repartidor. Pero
es la última vez. La cajera le pasa el dato. El Chino está cansado del
incumplimiento y al final del día pagará lo pendiente y adiós.
Cuando doña Marcia llega, su hermano pregunta
por los aguacates. Y en vez de la bolsa de siempre recibe un comentario hosco,
en tono de molestia. Mala señal. Desde la infancia sabe que cuando a Marcia se
le sale el mal genio, pasan unos cuantos días antes de que vuelva a su estado
natural. Que lo digan sus ex maridos.
En cambio Jairo se molesta en cámara lenta.
Primero es una rabiecita. Gana intensidad al empacar las cuatro porciones de
arroz del primer pedido. Cuando sale para donde el cliente ha
evolucionado a rencor y deseo de desquite.
William está seguro de que El Chino miente.
Como así que el domicilio salió una hora antes. Ya casi son las 3.00 de la
tarde, y todos están bravos y hambrientos. Mientras, Jairo y sus amigos
disfrutan del arroz. La idea inicial era simplemente demorarse un poco, pero
aparecieron los del parche y algo parecido a una sofisticada venganza tomó
forma. El pedido nunca llegaría, el chino quedaría mal. Tal vez perdería
clientes…
Lunes. William amanece envenenado después de
haber tenido que salir a buscar pollo asado a las 4 de la tarde. Doña Marcia
sigue brava por los aguacates. Pasa justo por la entrada del parqueadero cuando
el carro está punto de ingresar y oye el pitazo. Reacciona. Voltea y le ladra
algo al conductor. William insiste, pita de nuevo. Durante un par de minutos
intercambia adjetivos con la señora atravesada hasta que ella le da paso y se
aleja despacio, girando de vez en cuando para hacerle alguna observación poco
agradable a su nuevo “amigo”.
El conductor responde con un par de “flores”
verbales. En ese momento se entera de que por otra entrada del parqueadero
alguien se apoderó del último cupo. La palanca de cambios pasa a reversa, el espejo
retrovisor muestra que no vienen carros
y con un movimiento brusco retrocede buscando a la vía.
¡PUM! La bicicleta que viene por el andén
golpea el automotor y el ciclista, con sus audífonos tipo tortuga, pasa volando
por encima del baúl y cae al otro lado. El afán por llegar adonde El Chino
antes de que este cumpliera su amenaza de llamar a la Policía, la salida
intempestiva del vehículo y su despiste natural impiden que Jairo esquive el
carro.
El informe de la aseguradora habló de
lesiones personales en accidente de tránsito por imprudencia de los implicados.
Y en ninguna parte se mencionó a los verdaderos culpables: cuatro cajas de
arroz chino y tres aguacates,