miércoles, 16 de julio de 2008

Tribulaciones de una gran mujer

Alguna travesura genética hizo que Julia llegara a grande y siguiera derecho. En un país de mujeres menudas y chiquitas, Julia es maciza y grandota. Esto tiene implicaciones filosóficas y prácticas. Las filosóficas, a veces no encuentra su lugar en el mundo. Las prácticas, cuando lo encuentra, no cabe.
Por ejemplo, no cabía en el corazón de su amor platónico, Eduardo, compañero de universidad, separado de ella por unos 30 centímetros, porque, para rematar, lo que a Julia le sobraba entre suelo y nariz, a Eduardo le hacía falta.
En otras épocas, el destino de Julia hubiera sido un cuarto de costura en el viejo caserón, interrumpido sólo por idas a la iglesia. Pero, afortunadamente para ella, en 1999 los viejos caserones son oficinas, no hay cuartos de costura y existen los conciertos de rock.
Los conciertos de rock son un grupo indefinido de personas, para unos cantando, para otros gritando. Entre estos hay unos pocos, subidos en una tarima, los cuales cobran por gritar (¿Cantar?). Abajo están los otros, que, curiosamente, pagaron para poder cantar, gritar, saltar, poguear (es algo así como empujarse entre ellos, pero al son de la música), y demás comportamientos racionales.
Entre los que pagan y los que cobran debe haber una barrera. Y ahí es donde entran los grandotes y las grandotas. Así que Julia junto con otros y otras tamaño litro le dan la espalda a la música y le ponen pecho al público, en plan de imperturbables columnas humanas, reforzados a veces por autoridades competentes, dependiendo de que tan hábiles sean los roqueros para despertar instintos salvajes.
Precisamente, eso ocurría el día en que “Los Asquerosos Plenilunios” llenaban el aire con su pon pon pon. A esas alturas, Julia y sus compañeros, apoyados por la Policía, habían rechazado tres arremetidas de pogueros (¿se dirá así?), dos de fanáticas hambrientas de roquero, y una de un grupo religioso que quiso lavar con agua bendita el escenario, para hacerle contrapeso a Satanás.
Frente a la masa agresiva estaba Julia, con la adrenalina al 100 por ciento, los músculos tensos y todo su enorme cuerpo dispuesto a ejercer como muro de contención. Por eso, cuando sintió la mano en el hombro, reaccionó con un derechazo que mandó directamente al piso al inocente amigo que la había reconocido y quería saludarla.
Ella que iba a saber que él tenía un pase que le permitía estar en la trasescena.
Y tenía que ser Eduardo.