Saludar
es relativamente fácil. Se puede ser efusivo, con grito, beso y
abrazo; o se puede ser parco, con un leve arqueo de cejas o una pequeña señal
de mano. Entre esos dos extremos se admiten todas las variantes. Con respecto a
quien saluda primero, se puede acudir a la urbanidad de Carreño para conocer el
reglamento respectivo.
Pero
la realidad es que muchas veces no queremos saludar. Y para eso no hay normas,
sino que rige la ley de la selva. El más vivo se abstiene. El más diplomático
ignora. El más grosero no responde. El resto (o sea usted, yo, y el 99 por
ciento de los colombianos), se traumatiza
tratando de ejercer el arte de no saludar.
La
situación más común es una calle. Caminamos norte - sur. La persona que estamos
evitando viene de sur a norte. Pocos metros antes nos percatamos de su
presencia. Primera reacción, cruzar la calle. Mala idea porque tenemos afán,
hay mucho tráfico o no podemos ser tan ridículos
Así
que seguimos avanzando hasta que se acaba la disculpa de la distancia. Viene
entonces la fase dos, o el arte de desviar la mirada. Las mujeres clavan los
ojos en el piso. Los hombres miran la calle, miran el cielo, miran la hora o
miran al frente, entendiendo por frente una línea imaginaria que no permite ver
a la persona que está al frente.
(En
realidad es bastante complicado. No intentaré explicarlo más, porque tres
matemáticos, dos oculistas, dos oftalmólogos, un ingeniero calculista y un tipo
que se metió de sapo se suicidaron cuando trataron de hacerlo)
En
ese momento hay dos posibilidades. La otra persona tampoco quiere saludar, lo
que implica un tranquilizador acto de ignorancia mutua, o sí quiere, nos ve y -
lo peor de todo -, nos saluda.
Ante
la última y terrorífica eventualidad, nos quedan tres opciones. Uno, hacernos
los pendejos. Dos, responder con una señal apenas imperceptible, aplicando la
ley del tinto (no se le niega a nadie), y tres, tragarnos el orgullo, y
responder de la misma manera, y rogar a Dios para que la otra persona no tenga
ganas de conversar.
Eso
de ser grosero es un problema.
Más
cuando uno quiere hacerlo educadamente.