miércoles, 25 de junio de 2025

Yo sí puedo, ellos no

Hace algún tiempo hicimos un recorrido por el cuadrilátero de las batallas empresariales, enfatizando  lo que ocurre con  pesos pesadospesos medios. Uno pensaría que en la parte de abajo de la pirámide, donde la prioridad es pasar al día siguiente, no hay tiempo ni disposición de sumarle conflictos a la rutina. 

Pero no podemos subestimar al ser humano. Ademas está toda la carreta de la evolución, la supervivencia del más fuerte y esa sensación de poder cuando el mundo (corporativo) se divide en dos: los demás y yo. O mejor, yo y los demás. Ese yo nos hace sentir como YO (así, en mayúsculas). Y llegar a ese estado privilegiado demanda una serie de pequeñas victorias que se relacionan con el acceso a recursos escasos. Recordemos algunos casos.

Hora de almuerzo. Cocas en abundancia. Un solo microondas. Hora de  hacer fila. Pero hay quien logró algún extraño convenio con la señora de la cocina y siempre, por razones igualmente misteriosas, tiene su comida caliente a las 12.05. No importa qué tanto madruguen los demás, el recipiente de este personaje tiene garantizado su primer lugar. ¿Cómo lo logró? Otro misterio. Y como nadie está interesado en cultivar enemistades con el personal de aseo y tintos no hay reclamos. 

Buen momento para un paréntesis. En las luchas de poder de la alta dirección, e incluso de mandos medios, suele haber táctica y estrategia. A medida que se baja de categoría en el escalafón, los métodos se vuelven más, cómo decirlo, artesanales. 

Retomamos. Hubo un tiempo en el cual la mayoría de los empleados utilizaban transporte público. Eso de tener carro se reservaba a una élite de dueños y altos ejecutivos. Pero eso ha cambiado. Y a cuenta de incómodos préstamos y más incómodas cuotas mensuales los motorizados se han multiplicado. No solo los de cuatro, sino también los de dos ruedas. En cambio, el espacio destinado al parqueo ha crecido, pero no en la misma proporción. Para ponerla fácil, no hay parqueadero pa’ tanto carro, ni pa’ tanta moto. Ni pa’  tanta cicla, pero eso es otro cuento.

Así que se trata de invertir tiempo, energía y recursos en formar parte de la elite de los que tienen espacio empresarial para parquear. Saber de quien hay que ser amigo, disponer de una red de espionaje para ser el primer aspirante cuando se desocupe un cupo, tener a la mano argumentos irrebatibles que prioricen mi carro frente  a cualquier otro o simplemente llegar a a las 4 de la mañana al turno de las 9, cuando los estacionamientos sean en orden de llegada.  

Y no es solo por el ahorro de pagar particular. No es eso. Es el hecho de estar entre los privilegiados. Así los “privilegios” sean prioridad en el uso de la fotocopiadora, derecho a no hacer fila para el refrigerio, cosedora nueva, cambiar la silla, rollo mensual de papel higiénico, vales para almuerzo en restaurante chino, atención más rápida de los ingenieros cuando se traba el computador, plan de datos corporativo, escritorio al lado de la ventana, escritorio lejos de la ventana, cubículo con paredes altas. En tiempos recientes, teletrabajo; y en tiempos más recientes, retorno a la oficina con horarios fijos.

Cuando después de luchar, intrigar, rogar, empujar, disputar, insistir, presionar, rezar, lidiar, solicitar y combatir accedemos a estas u otras prerrogativas importantes como una caja de clips, que el mensajero de la empresa nos traiga el roscón de las medias nueves o una gorra con el logo de la organización podemos decir (así sea para nuestros adentros) mientras observamos al resto del ecosistema laboral.

Yo sí puedo. Ellos no.