Don Juan, tendero de profesión, asistió orgulloso al grado de su hijo, quien logró terminar ese bachillerato que a él le fue esquivo. Emocionado por la ceremonia, la música, y media de aguardiente, improvisó unas palabras de reconocimiento a “mi muchacho”,
El resto de los parientes aplaudió, y, por el efecto combinado del trago y la cortesía algunos alabaron la faceta de orador del minorista. Terminada la fiesta, el discurso pasó al olvido de todos menos de uno: Don Juan. Desde ese día, el tímido intermediario de barrio se siente en la obligación de aportar panegírico en cada uno de los logros familiares que amerita fiesta. Y el problema es que escudado en el propósito de no repetirse, ha ido cogiendo confianza.
Si no que lo diga la hija, quien en su propio grado, ante un grupo de amigos, escuchó como su papa contaba que “...quien se iba a imaginar que alguien que se orinó en la cama hasta los 14 años podría llegar tan lejos...”
Lejos era donde quería estar la pobre niña cuando sus amigos se enteraron del húmedo pasado. Pero no tanto como el hermano de Don Juan, quien al contraer nupcias escuchó resignado a su pariente expresar ante el público presente - sacerdote y novia incluido - “es hora de sentar cabeza. Tu ya eres uno solo con esa mujer que es tu esposa. Debes olvidar aventuras como la que tuviste en tu despedida de soltero, con esas viejas que trajo el primo Jaime...”
Ni siquiera los bautizos se salvan de la cada vez más confianzuda oratoria del Cicerón de mostrador: “que esa agua sea el símbolo del futuro alegre que espera a tu familia, sobre todo si logran desembargar la casa antes de que los desaloje la corporación”.
Además de ser experto en revelar intimidades, Don Juan ha desarrollado un especial gusto por las metáforas. Así, la niña que hace la primera comunión es “el ángel blanco que ha recibido a Dios”, la novia de turno “grácil doncella bendecida en el himeneo” y el profesional graduado “futuro facultativo entendido y competente”.
Pero el momento culminante vendría cuando su mamá (la de Don Juan) llegó a su cumpleaños 80. Las palabras de rigor comenzaron con “Descendemos orgullosos de usted, mamá, de papá, y de todos los hombres de ese pueblo orgulloso que nos dejaron su simiente...”
Las miradas estupefactas en el salón le hicieron comprender a Don Juan, que tal vez se le estaba yendo la mano, por lo que intentó arreglarla sobre la marcha.
“Es decir, después de mi papá”.