lunes, 8 de septiembre de 2008

Crónica de un regalo fracasado

Germán no se ha preocupado por perpetuar la especie, porque de eso se encargaron sus hermanas y hermanos. Dios no le dio hijos pero el Diablo lo llenó de sobrinos.
El manual de funciones de tío incluye los regalos de Navidad. Son como 10 los parientes y parientas que aún no han sobrepasado la barrera de los 12 años, por lo que aún clasifican como niños. Germán no se complica. Busca obsequios genéricos catalogados por grupos de edad.
Ese año había encontrado los ideales. Para ellas, unas hermosas mariposas de plástico a pilas que realizaban graciosos movimientos y, en último caso, clasificaban como material decorativo. Para ellos, unos vaqueros articulados cuyas armas eran pequeñas linternas. Bueno, bonito y barato. Y ahí estaban, en primer plano al lado del árbol, con sus respectivas tarjetas.
Los consentidos de la familia eran el pequeño N y la pequeña C, y el patán de la estirpe era el malcriado J. El padrino de C tiene mucha plata y deseos de que los demás se enteren. Así que la noche de Navidad el hombre se apareció con zipote carro eléctrico. C lo contempló maravillada, sin saber que hacer con él. En cambio N sí sabía, y por eso se adueñó del vehículo y empezó a recorrer la sala.
Es bien sabido que la primera palabra que aprenden y comprenden a cabalidad los niños comienza por M de mamá. La segunda –y a veces la primera– empieza por M de mío. El uso abusivo de su propiedad despertó un enérgico reclamo de C en su idioma, es decir, llorando. O mejor, berreando a grito herido.
Ahí es cuando J entró al rescate, quitó a N del carro y en vez de devolvérselo a su hermana menor, optó por hacerle el mismo una prueba. El coro lacrimógeno creció con los chillidos de N, lo que obligó a la intervención de la autoridad competente: los padres. J salió del carro, J inició su propio recital de alaridos.
Los niños son solidarios. El trío recibió pronto apoyo de sus contemporáneos y la sala se llenó de llantos infantiles. El instinto maternal pasó al contraataque con las primeras armas a la mano; es decir, los primeros regalos a la mano; es decir, los de Germán.
C ni siquiera abrió su mariposa. N, furioso por haber sido desalojado del carro, tiró su vaquero al piso con rabia. J lo miró, miró el carro y tras hacer una rápida comparación dejó de lado al muñeco. Ahí está todavía. Cada pequeño que recibía el regalo conjugaba en medio de sus lágrimas el verbo tirar, botar, despreciar, romper o ignorar.
Desde entonces, cada año, sin importar edad o sexo, los sobrinos de Germán reciben de este una pelota de plástico.