En Colombia, en su casa y en la mía, a ese café que uno se bebe
en la mañana y a lo largo del día se le llama tinto. Lo mismo pasa en las
cafeterías, los espacios laborales, las tiendas y las panaderías. Eso es lo que
vende el señor o la señora de los termos. Eso es lo que por tradición le
ofrecen a uno cada vez que atraviesa una puerta. El que no se le niega a nadie: ¿Se toma un
tintico?
Solo por dármelas de historiador, economista y sociólogo voy
a recordar que Colombia tiene una larga tradición de cultivo, exportación y
consumo interno de café. Pero un día la bebida se subió de estrato. Empezaron a
venderla en tiendas elegantes. Con variantes
medio exóticas. Y caras. Muy caras. Esos negocios ofrecen múltiples
variedades o preparados alrededor de nuestro grano nacional. Con nombres para
cada uno. Muy creativos algunos. Entre esa enorme oferta comercial, faltan dos
opciones. No hay tinto. No hay café con leche.
Hagan la prueba. Acuda a una de esas cafeterías donde venden
café pero no se llaman cafeterías sino tiendas o cafés o “coffee bar”. Mientras
reflexiona sobre el anterior trabalenguas, mire el menú. Sí, tienen menú.
Impreso y plastificado, como aviso sobre la zona de despacho o –tendencia
reciente– escrito con tiza de colores sobre un tablero o pared. Como tablero de restaurante pero con toque alternativo para
cazar intelectuales.
Dos nombres brillarán… por su ausencia. Por mucho, a veces,
estarán entre paréntesis, a manera de explicación. Con letra pequeña, como con vergüenza.
Me refiero al tinto y al café con leche. Al primero le dirán americano,
tradicional, café negro, expresso y al que combina con lácteo “latte”.
Y lo más simpático del asunto es que uno pide un tinto o un café con
leche y el despachador entiende. Pero por escrito no puede quedar. Da como
pena. La pregunta es: ¿pena con quien?
Está bien. Quien quita que algún día el local que los cuatro
amigos montaron cerca a una universidad se vuelva multinacional. O el caso
contrario, siempre existe la posibilidad de que un turista se descache y
aterrice en algún negocio de esos. Por eso es que el producto debe tener una
denominación “internacional”. O algo así.
Contraataque
El asunto iba cogiendo cara de otra derrota cultural por cuenta de la globalización. Pero en una tienda de barrio revivió la esperanza. Estos negocios solían tener su greca. Las empresas grandes les han ofrecido una opción. Una máquina en comodato –como los enfriadores de las gaseosas o las neveras de las empresas de lácteos y embutidos–. La máquina, debidamente identificada con propósitos publicitarios, prepara diferentes opciones de café y otras bebidas calientes.
El asunto iba cogiendo cara de otra derrota cultural por cuenta de la globalización. Pero en una tienda de barrio revivió la esperanza. Estos negocios solían tener su greca. Las empresas grandes les han ofrecido una opción. Una máquina en comodato –como los enfriadores de las gaseosas o las neveras de las empresas de lácteos y embutidos–. La máquina, debidamente identificada con propósitos publicitarios, prepara diferentes opciones de café y otras bebidas calientes.
Su diseño es sencillo y su operación también. Solo se
aprieta un botón, que tiene a su lado el nombre de la bebida. Terminología internacional, por supuesto. El aparato forma
parte de una familia que incluye modelos con autoservicio.
No. Letreros hechos a mano y fijados con cinta pegante sobre lo preimpreso en el artefacto. Artesanal, si se quiere. Pero práctico. El tinto se llama tinto. El café con leche, café con leche. Tómese uno de esos. Sin pena. Se llaman así.