martes, 22 de noviembre de 2016

Tómese uno de esos

En Colombia, en su casa y en la mía, a ese café que uno se bebe en la mañana y a lo largo del día se le llama tinto. Lo mismo pasa en las cafeterías, los espacios laborales, las tiendas y las panaderías. Eso es lo que vende el señor o la señora de los termos. Eso es lo que por tradición le ofrecen a uno cada vez que atraviesa una puerta.  El que no se le niega a nadie: ¿Se toma un tintico?

Solo por dármelas de historiador, economista y sociólogo voy a recordar que Colombia tiene una larga tradición de cultivo, exportación y consumo interno de café. Pero un día la bebida se subió de estrato. Empezaron a venderla en tiendas elegantes. Con variantes  medio exóticas. Y caras. Muy caras. Esos negocios ofrecen múltiples variedades o preparados alrededor de nuestro grano nacional. Con nombres para cada uno. Muy creativos algunos. Entre esa enorme oferta comercial, faltan dos opciones. No hay tinto. No hay café con leche.

Hagan la prueba. Acuda a una de esas cafeterías donde venden café pero no se llaman cafeterías sino tiendas o cafés o “coffee bar”. Mientras reflexiona sobre el anterior trabalenguas, mire el menú. Sí, tienen menú. Impreso y plastificado, como aviso sobre la zona de despacho o –tendencia reciente– escrito con tiza de colores sobre un tablero o pared. Como tablero de restaurante pero con toque alternativo para cazar intelectuales.

Dos nombres brillarán… por su ausencia. Por mucho, a veces, estarán entre paréntesis, a manera de explicación. Con letra pequeña, como con vergüenza. Me refiero al tinto y al café con leche. Al primero le dirán americano, tradicional, café negro, expresso y al que combina con lácteo  “latte”.  Y lo más simpático del asunto es que uno pide un tinto o un café con leche y el despachador entiende. Pero por escrito no puede quedar. Da como pena. La pregunta es: ¿pena con quien?

Está bien. Quien quita que algún día el local que los cuatro amigos montaron cerca a una universidad se vuelva multinacional. O el caso contrario, siempre existe la posibilidad de que un turista se descache y aterrice en algún negocio de esos. Por eso es que el producto debe tener una denominación “internacional”. O algo así.

Contraataque

El asunto iba cogiendo cara de otra derrota cultural por cuenta de la globalización. Pero en una tienda de barrio revivió la esperanza. Estos negocios solían tener su greca. Las empresas grandes les han ofrecido una opción. Una máquina en comodato –como los enfriadores de las gaseosas o las neveras de las empresas de lácteos y embutidos–. La máquina, debidamente identificada con propósitos publicitarios,  prepara diferentes opciones de café y otras bebidas calientes.

Su diseño es sencillo y su operación también. Solo se aprieta un botón, que tiene a su lado el nombre de la bebida. Terminología  internacional, por supuesto. El aparato forma parte de una familia que incluye modelos con autoservicio.

En el que vi en la primera y luego en muchas tiendas, así como en otros negocios, los nombres rebuscados desaparecieron.¿Cambios en el diseño? ¿Nacionalismo corporativo?

No. Letreros hechos a mano y fijados con cinta pegante sobre lo preimpreso en el artefacto. Artesanal, si se quiere. Pero práctico.  El tinto se llama tinto. El café con leche, café con leche. Tómese uno de esos. Sin pena. Se llaman así.