El director del
noticiero preguntó cuatro veces e hizo una triple verificación para asegurarse
de que su interlocutor era quien decía ser. Y sí, lo era. El legendario
escritor PK. El que jamás aparecía en público y nunca, pero nunca, había
concedido entrevistas. Y aunque su discreción era inversamente proporcional a
la venta de sus libros, ninguno de sus admiradores o detractores conocía su
cara, su nombre real u otro dato adicional de PK. Ni siquiera se sabía el
significado de las iniciales, en caso de que lo tuviera.
Por eso si el
hombre estornudaba en público era primicia. Y no quería estornudar. Quería
hacer una declaración. ¿Condiciones? Sin preguntas. Diría lo que tenía que
decir y se retiraría. ¿De acuerdo señor director? ¡De acuerdo señor escritor!
Escuchemos la
declaración en mención. “Hace muchos años me separé. No tuvimos hijos. Pasé por
el quinto piso hace rato y voy llegando al sexto. En redes sociales usaba un
seudónimo que prefiero no divulgar, aunque ya esas cuentas no existen. No era
un perfil falso, solo discreto. Con mis amigos virtuales intercambiábamos datos
de literatura, películas y otras formas de arte. Para ellos yo era un
aficionado a la cultura –realmente lo soy– pero nunca revelé mi identidad
literaria. Tampoco era necesario.
Entre mensaje y
mensaje comencé a tener contactos constantes con quien se identificaba como una
mujer menor de 40. Del diálogo virtual pasamos al intercambio de imágenes y de
este a una cita personal. En principio la cosa no pintaba bien. Al borde del
fracaso total, le conté que PK y yo éramos la misma persona. La revelación tuvo
éxito. Mucho éxito. Tanto que la dama y yo terminamos en una relación íntima.
En el siguiente contacto virtual ella cambió el tono, anunció que la parte más
privada de nuestro encuentro había quedado en video y pidió una enorme cantidad
de dinero para que la pieza audiovisual respectiva no se divulgara a través de
Internet.
Antes de
cualquier cosa pedí ver el video. Sin entrar en detalles, debo anotar un par de
puntos. Ustedes comprenderán que a mi edad ciertas características físicas
pueden ser muy desagradables a la vista. Más cuando cuidar mi imagen personal
nunca ha sido prioritario. Ahí es cuando uno se da cuenta para qué sirve la
ropa. Otro: mi desempeño en las actividades de la película también son acordes
con mi calendario. Es decir, lamentables. No solo por problemas técnicos, sino
por otros atribuibles a la escasa pericia del piloto, o a que sencillamente ya
olvidó como se hacían ciertas cosas. Uno no se da cuenta en el momento, pero
cuando ve los toros desde la barrera es otra historia.
Esto para
señalar que el video, más que una invasión a mi intimidad o algo inmoral es,
básicamente, un atentado contra la estética. Tomé la decisión de no pagar y
dejar que la dama y sus cómplices hagan lo que consideren conveniente y
adecuado. Pero no estoy aquí para hacer denuncias. Estoy para pedirle disculpas
a cualquier persona que tenga acceso a esa pieza audiovisual. Nadie se merece
ver algo como eso. De verdad, qué pena con todos ustedes.”