martes, 24 de noviembre de 2015

Chantaje contra la estética


El director del noticiero preguntó cuatro veces e hizo una triple verificación para asegurarse de que su interlocutor era quien decía ser. Y sí, lo era. El legendario escritor PK. El que jamás aparecía en público y nunca, pero nunca, había concedido entrevistas. Y aunque su discreción era inversamente proporcional a la venta de sus libros, ninguno de sus admiradores o detractores conocía su cara, su nombre real u otro dato adicional de PK. Ni siquiera se sabía el significado de las iniciales, en caso de que lo tuviera.

Por eso si el hombre estornudaba en público era primicia. Y no quería estornudar. Quería hacer una declaración. ¿Condiciones? Sin preguntas. Diría lo que tenía que decir y se retiraría. ¿De acuerdo señor director? ¡De acuerdo señor escritor!

Escuchemos la declaración en mención. “Hace muchos años me separé. No tuvimos hijos. Pasé por el quinto piso hace rato y voy llegando al sexto. En redes sociales usaba un seudónimo que prefiero no divulgar, aunque ya esas cuentas no existen. No era un perfil falso, solo discreto. Con mis amigos virtuales intercambiábamos datos de literatura, películas y otras formas de arte. Para ellos yo era un aficionado a la cultura –realmente lo soy– pero nunca revelé mi identidad literaria. Tampoco era necesario.

Entre mensaje y mensaje comencé a tener contactos constantes con quien se identificaba como una mujer menor de 40. Del diálogo virtual pasamos al intercambio de imágenes y de este a una cita personal. En principio la cosa no pintaba bien. Al borde del fracaso total, le conté que PK y yo éramos la misma persona. La revelación tuvo éxito. Mucho éxito. Tanto que la dama y yo terminamos en una relación íntima. En el siguiente contacto virtual ella cambió el tono, anunció que la parte más privada de nuestro encuentro había quedado en video y pidió una enorme cantidad de dinero para que la pieza audiovisual respectiva no se divulgara a través de Internet.

Antes de cualquier cosa pedí ver el video. Sin entrar en detalles, debo anotar un par de puntos. Ustedes comprenderán que a mi edad ciertas características físicas pueden ser muy desagradables a la vista. Más cuando cuidar mi imagen personal nunca ha sido prioritario. Ahí es cuando uno se da cuenta para qué sirve la ropa. Otro: mi desempeño en las actividades de la película también son acordes con mi calendario. Es decir, lamentables. No solo por problemas técnicos, sino por otros atribuibles a la escasa pericia del piloto, o a que sencillamente ya olvidó como se hacían ciertas cosas. Uno no se da cuenta en el momento, pero cuando ve los toros desde la barrera es otra historia.

Esto para señalar que el video, más que una invasión a mi intimidad o algo inmoral es, básicamente, un atentado contra la estética. Tomé la decisión de no pagar y dejar que la dama y sus cómplices hagan lo que consideren conveniente y adecuado. Pero no estoy aquí para hacer denuncias. Estoy para pedirle disculpas a cualquier persona que tenga acceso a esa pieza audiovisual. Nadie se merece ver algo como eso. De verdad, qué pena con todos ustedes.”

Epílogo.  La identidad de PK se hizo pública, y durante un tiempo tuvo alguna atención de la gente hasta que otra noticia lo mandó al olvido. ¿Y el video? Muchos morbosos o curiosos lo buscaron. Algunos lo encontraron. Unos pocos lo miraron. Y de verdad ¡Qué pena con esa gente!