miércoles, 27 de noviembre de 2024

Dilemas paternales del Siglo XXI


Ni Papá, ni Mamá, ni abuelos, ni tíos, ni ningún adulto en la familia estaban preparados para esto

Vamos por partes. Como la vida invirtió los roles tradicionales en la pareja, la mayor carga en labores de hogar le tocó a Papá, mientras que el aporte económico principal le correspondió a Mamá. Por eso el tipo se involucró más en las actividades extracurriculares de sus tres hijas. Desde muy niña Claudia, la menor, demostró habilidad para la danza, destreza que se canalizó a través de una academia especializada en bailes tradicionales. Ya con la adolescencia pidiendo pista, la pequeña se había convertido en una  intérprete destacada como parte de los espectáculos que montaba la escuela.

Ese año, en particular, decidieron jugársela con el reto mayor. No solo adaptaron esa obra musical de profesionales, sino que le agregaron nuevos números. Contrataron uno de los teatros más importantes de la ciudad. Mediante promoción por medios tradicionales y novedosos, lograron que la boletería trascendiera el tradicional consumo familiar para extenderse, con localidades agotadas, al público en general.

Entre las funciones de Papá estaba llevar y traer a Claudia a la academia. La espera a la hora del regreso incluía tiempos muertos que el hombre ocupaba viendo goles de su equipo favorito (equipos, dice la tarjeta) en una tablet especialmente adquirida para ese fin. El asunto es que cuando la niña subía al carro y emprendían el camino a casa, cogía la tablet y miraba los mismos videos que su padre.

Un día, ella hizo alguna pregunta relativa al equipo, o al partido, o a ambos. Si algo extrañaba papá de su vida de soltero eran las largas conversaciones con los amigos sobre temas futboleros, tópico al que eran totalmente indiferentes su esposa y sus otras dos hijas. Así que respondió como hincha apasionado. El tema conquistó a Claudia, y el trayecto se convirtió en tertulia de balompié padre-hija. La situación pronto se extendió a otros escenarios, como ver juntos los partidos en televisión y hasta idas ocasionales al estadio.

Así pasaron unos cuantos años y llegamos al momento actual, cuando Claudia está en vísperas de debutar en las grandes ligas del espectáculo musical. Un día cualquiera le pide a sus padres un regalo muy especial. 

La niña quiere guayos.

Allí es cuando Papá y Mamá entienden algunos indicadores, como la creciente suciedad de tierra y pasto en los tenis, el uniforme de educación física y el de diario, junto con el incremento en los raspones de piernas y rodillas durante las actividades escolares. Su hija no solo se destaca como bailarina y es hincha del fútbol, sino que practica este deporte y quiere formar parte del equipo de su colegio.

Mamá en principio no le ve problema pero Papá sabe que las patadas no siempre son para el balón, sino que ocasionalmente son para la jugadora (con intención o sin ella). Eso sin contar otros riesgos como luxaciones, caídas, torceduras y demás complicaciones médico atléticas involucradas en correr tras la pelota en un campo de cesped y tierra. Le preocupa que la incipiente carrera futbolística de su hija se estrelle con o incluso frustre su ya avanzada y destacada trayectoria de bailarina. Y la verdad, no sabe qué hacer.

Mamá tampoco, abuelas tampoco, abuelos tampoco, tíos tampoco, amigos tampoco. La sabiduría acumulada solamente suma ignorancia ante un dilema del siglo XXI que involucra una pregunta sencillamente inexistente en la experiencia vital de ese personal.

¿La niña puede ser bailarina y futbolista al mismo tiempo?