Ya alguna vez comenté en este mismo escenario las ventajas de ser hombre en el Día de la Mujer. Le llegó el turno a las desventajas con
buenas intenciones. Porque ese día –y me la juego sobre todo en los ámbitos
laborales.- a los hombres se les ocurren ideas para homenajear a sus colegas.
Esa es la buena noticia. La mala es que parece haber
consenso entre el personal masculino. La idea debe ser fácil de plantear,
difícil de transportar. En lo posible, muy difícil. Es condición ineludible que
quienes tengan la responsabilidad de llevarla desde la fuente al homenaje
queden incuestionablemente enhuesados.
Una imagen vale más que mil palabras. La mañana del 8 de
marzo se reconoce porque las calles se llenan de sujetos heroicos movilizando,
por ejemplo, 15 arreglos florales de esos que se dañan si uno los mira feo. O
bonito. O si no los mira. De esos que toca mover con precisión quirúrgica de la
floristería a la usuaria. Entonces, si hay carro, irá a 20 por hora, y si no
hay, será una procesión de sujetos con sendos ramos en cada mano.
O uno solo –el tipo que no tenía plata para la cuota y pago en
especie con transporte– con 40 crisantemos de tallo largo bajo el brazo. O
trasladando en cámara lenta 20 ensaladas de fruta rematadas por una compleja
figura de crema en una caja que parece bandeja o una bandeja que parece caja. Y
que también parece, porque está, a punto de irse al suelo para convertir el
detalle nutritivo en mazacote. Todo amenizado siempre por los efectos de
sonidos de las llamadas y mensajes que vienen de la oficina con diferentes
variantes del ¡dónde está que ya vamos a empezar!,
Ese día se evidencia la abundante presencia femenina en el
mundo laboral. Lo cual es muy bueno desde muchos puntos de vista, pero no para
el tipo que tiene que llevar los 18 capuchinos con capa de corazón en un solo
viaje. Y ni hablar de lo que opina el encargado de los helados de tres bolas y
capa de chantilly.
No siempre los detalles se comen o se olfatean (léase
flores, por favor). También los hay
artesanales. Una bonita porcelana, una figura en madera, una muñequita en
porcelanicrom. Lo importante es que ante el más mínimo golpe se rompa, raspe,
despinte, raje, maree o todas las anteriores,
y que no haya carro sino dos voluntarios, intrigados sobre porque carajos esos
mamarrachos pesan tanto, mientras recorren una inacabable ruta del proveedor a
la oficina. La misma que apenas les tomó 15 minutos en el viaje de ida.
El carro, cuando existe,
tiene otras prioridades. Acomodar los 15 del mariachi en 4 viajes porque
no alcanzó la vaca para pagar micro. Ir
a último momento a comprar regalo para las señoras del aseo que no se tuvieron
en cuenta al hacer la lista. Comprar el menú alterno para las compañeras
veganas, la señora diabética y la recién llegada que resultó judía ortodoxa y
solo come kosher. Buscar los cubiertos y las servilletas que no llegaron en el
domicilio o llevar de vuelta a los mariachis, (otros 4 viajes más el adicional
por los sombreros olvidados).
Como esta amilcarada ya va para largo no profundizamos en el
desastre logístico de los caballeros fungiendo como amos de casa, de como las señoras del aseo finalmente se convierten en equipo de rescate, del
despelote final en la sala de juntas y de los dos tipos de hombres, los que no
tienen ni idea de repartir, servir, asear y organizar; y los que sí saben pero también saben como
escabullirse a la hora del oficio.
Esos son los que huyen a tiempo. Los otros se quedan,
ejerciendo en el estado natural del hombre
en el Día de la Mujer.
Enhuesados.