lunes, 1 de septiembre de 2008

Vejez no, experiencia.

La mala noticia es que los años no vienen solos. Que todo aquello que veíamos lejano e improbable en nuestra adolescencia y nuestros veintes, es una realidad en nuestros treintas y cuarentas. La buena noticia es que los años no vienen solos. Vienen con eufemismos. (Paréntesis idiomático: Eufemismos: modos de expresar con suavidad o decoro ciertas ideas).
Mientras el calendario se aleja peligrosamente de la partida de bautismo, las cosas empiezan a cambiar de nombre. Lo que antes era energía, se convierte en afanes innecesarios, y por primera vez en la vida comenzamos a tomarnos en serio aquello de “el que menos corre vuela”.
En realidad el que menos corre es por que se cansa más rápido. Pero la versión oficial es que con los años, hemos aprendido a “dosificar energías”. Lo mismo con la dieta. El hecho de que cualquier plato de frijoles nos pase cuenta de cobro, que los lácteos hayan conformado un comando digestivo-terrorista y que repetir plato sea un acto suicida no es un problema, sino que “con los años, uno pule su dieta”.
Como la última parranda - insistimos en lo de última - nos dejó un guayabo de una semana pese a que nos acostamos a las doce, la cama empieza a llamarnos seductoramente a las 9 p.m. Hemos descubierto “el gusto de pasar la noche en el hogar”.
Nuestros hijos, que monopolizaron el equipo de sonido, escuchan todo el día música que no entendemos, no nos gusta y no...nosotros pagamos. Si queremos escuchar algo, la única posibilidad es un viejo tocadiscos que está arrumado en la despensa. Eso se llama “gusto por los clásicos”.
Un día cualquiera vamos a salir a la esquina. Entonces nos damos cuenta que para esa, o para cualquier otra salida, tenemos que vestirnos, afeitarnos, echar al bolsillo llaves, billeteras, documentos, tarjetas débito y crédito, monedas sencillas, paraguas y agenda. ¿Nos volvimos complicados? No. “Previsivos”.
Y un domingo por la mañana, nuestra hija adolescente se negará a engrosar el paseo familiar. Trataremos de hablar con ella, primero en tono paternal, y luego en ¡TONO PATERNAL!, con frases y argumentos tomados de nuestro pasado, cuando fue nuestra madre, o nuestro padre, el que nos enfrentó en una situación similar.
¿Falta de originalidad?
No, respeto por las enseñanzas del abuelo.