El nieto pertenece a la rama internacional de la familia. Nombre elegante para los que se fueron a otro país a ejercer el verbo rebuscar, cansados de conjugar localmente el verbo aguantar. El representante de la tercera generación anda ahora en la tierra de sus antepasados en el eterno plan del pariente extranjero. Visitas, visitas y más visitas.
Donde hay nieto hay abuelos. O abuela, en este caso. Abuela
de las de antes, con canas, arrugas y demás signos evidentes de los años, que
suman bastantes. Porque en la familia de
esta historia los hijos crecieron, organizaron sus vidas, se casaron y después
se reprodujeron. Esquema opuesto a la tendencia de algunos a reproducirse primero
y después hacer todo lo demás. Lo que genera abuelos con pinta de papás. O de
hermanos mayores. Pero eso es otra historia.
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El original e inspiración de la presente |
La abuela recibe al nieto. Como buena abuela, tiene clara la
prioridad. Alimentarlo. Así que el muchacho no ha acabado de entrar cuando le
disparan la primera propuesta: “Qué se come, mijo”. Viene la respuesta cortés:
“Tranquila abuela, no se moleste”. La matrona no se rinde tan fácil; “Pero
cómase algo mijo”. El diagnóstico: “Lo
veo como flaco”. La referencia transnacional: “Aproveche que por acá comemos
cosas ricas”, y la rendición: “Está bien
abuela, le recibo alguna cosita pero poquito, porque acabo de almorzar”.
La veterana, con dificultades de movilidad derivadas de su
sobredosis de años, invita al nieto al autoservicio. Palabras textuales “Tengo
unas galletas en el sanitario. Sáquelas”.
Afortunadamente para el perplejo joven, en ese momento suena
el teléfono. La abuela atiende la llamada.
Entretanto, toda la literatura científica, los documentales televisivos,
artículos de revista de sala de espera e información en línea sobre demencia
senil, alzheimer y demás efectos mentales de tercera edad piden pista en el
cerebro del visitante. Desconcertado,
asustado y más cosas terminadas en ado, diseña una estrategia.
Apenas la anciana cuelga, comienza a bombardearla con
preguntas sobre tíos, primos y demás parientes comunes incluyendo sus propios
antepasados. Encantada ante la oportunidad de hablar sobre su tema favorito –la
familia- La abuela se explaya y olvida sus ofertas comestibles. El tiempo pasa
hasta cuando llegan más visitas. Su tía (la del nieto, o sea una hija de la
abuela), con otros parientes.
La coyuntura es aprovechada por el nieto para disparar las
alarmas. Apenas puede se lleva a la tía a otro lugar de la casa y en tono
confidencial y preocupado le advierte sobre la manía de su abuela. Guardar
comida en el baño. Y en el peor sitio posible. No se limita a reseñar el hecho
sino que lo analiza. Peligros para la
salud, posibles infecciones, síntomas de comportamientos irracionales y… “oiga
tía, de que se ríe”.
La interpelada toma por el brazo al joven y lo lleva al
cuarto de la abuela. Señala hacia un rincón donde hay una papelera de diseño
innovador. Tiene dos piezas. Un sistema de pedal para abrirla y una forma que
evoca el mueble principal del cuarto de baño. Cuando se la regalaron a la
abuela para que guardara las golosinas que le gustaba mantener en su cuarto,
ella se quedó mirándola y sentenció, en tono divertido, “eso parece un
sanitario”.
Y de ahí en adelante y por toda la eternidad ese fue el
nombre oficial del recipiente de las galguerìas “El sanitario”.