martes, 19 de agosto de 2008

Viejo, mi querido viejo

En algunas familias vive un extraño personaje. Es calvo o canoso. Aparece en las noches y sale de madrugada. Limita su comunicación con los demás a lo estrictamente necesario, y en lo posible por monosílabos. Como siempre ha sido así, su actitud no sorprende a nadie. De hecho, cuando se pone sociable es algo sospechoso.
Aunque él preferiría encerrarse a ver televisión y leer periódicos por el resto de su vida, no puede aislarse del mundo que lo rodea. A veces tiene que hablar con alguien. En esas inevitables conversaciones se le llama papá, o señor. Con su esposa nunca habla. No hace falta. Años de convivencia han diseñado un sistema de información mutua en el que sobran las palabras. Cada uno de los dos sabe lo que piensa, necesita o va a decir el otro con solo verlo.
Pero los hijos saben que a veces es necesario acudir directamente al viejo. A mi viejo, como lo llaman en las conversaciones con sus propios amigos. Y entonces se sobreponen a un cierto temor reverencial, y conversan más o menos así.
Hijo: (Tímidamente) Papá, es que necesito un favor.
Padre:(Desinteresadamente) Hmmm.
Hijo: Resulta que tenemos que dar una cuota adicional (Nota, el 99 por ciento de las conversaciones tienen que ver con plata).
Padre: (Con curiosidad) Hmmm.
Hijo: Es para la adquisición de elementos de estudio, son (espacio libre para colocar una cifra de acuerdo con el estrato).
Padre: (Entre sorprendido y furioso) Hmmm.
Hijo; (Silencio) Y es para (otro silencio) el lunes.
Padre: (Silencio total. Mirada perdida. No se sabe si está bravo o hace cuentas. Abre la boca) Yo le dejo la plata con su mamá.
Hijo: (Por no parecer interesado) Y...como le ha ido papá.
Padre: (Inexpresivo) Hmmm
Los hijos crecerán y mi viejo será cada día menos imponente, menos asustador, más viejo. Cuando aparezcan los nietos sufrirá una extraña metamorfosis, y revelará con ellos una desconocida faceta de hombre tierno y juguetón, solo comparable con aquella que permanece perdida en el subconsciente de sus propios hijos.
Un día se irá para siempre, llevándose las respuestas a esas preguntas que nunca nadie se atrevió a hacerle, o que él contestó con su expresivo “hmmm”. Y en el funeral, su hijo, ya viejo, quien también limita la comunicación con sus propios descendientes a lo estrictamente necesario dirá entre nostálgico y resignado.
“Con ese man no se podía hablar.”