jueves, 28 de febrero de 2008

Acrobacias intermunicipales

Aníbal se ha acostumbrado a muchas cosas en la vida. Por ejemplo, hace algunos años la empresa en la que trabaja consideró que su talento para arreglar máquinas estaba desperdiciado, y lo sacó del taller para convertirlo en una especie de mecánico intermunicipal.

Luego vino la crisis económica, y los pasajes aéreos se convirtieron en terrestres. Además de aterrizar sus rutinas y cambiar las hamburguesas de aeropuerto por caldo de terminal, Aníbal aprendió a dormir en flota, leer en movimiento sin marearse y poner cara de inocente en los retenes de la fuerza armada respectiva.

Pero lo que nunca ha podido aprender es a hacer en movimiento ciertas cosas que, por su misma naturaleza, los seres humanos deben hacer en un entorno - literalmente hablando - de quietud.

De entrada, Aníbal le reconoce a los empresarios de transporte terrestre el mérito de querer facilitarle las cosas a sus usuarios, cambiando un par de sillas por un cuarto de baño. Aunque también de entrada les critica el hecho de que solo sean dos sillas, lo que obliga a tipos altos y corpulentos como él a entrar de ladito, y realizar todas las diligencias preliminares con los brazos pegados al cuerpo.

Pero la práctica hace al maestro, y Aníbal más o menos domina esa parte. El problema es la parte siguiente. Es algo así como tratar de servir aguardiente en vaso pequeño en medio de un temblor de tierra. Y eso cuando la carretera es recta, porque si se trata de una vía con curvas, el temblor se convierte en terremoto. Y el que sirve, en epiléptico convulsionando.

Como si el movimiento externo no fuera suficiente, debemos agregar que los tiradores profesionales toman el revolver con las dos manos, y los de las películas también. Pero en el caso al que nos referimos, una de las dos debe estar agarrada de una manija.

Claro que sentarse en una opción, pero es que el mueble principal no se ve muy acogedor, además de que se encuentra sospechosamente húmedo en su bordes. Por eso es mejor actuar de pie, confiando en que allá afuera, a nadie - al conductor, por ejemplo - se le vaya a ocurrir frenar de repente.

Culminada la faena - la cual, por la ubicación de la manija que sirve para agarrarse es doblemente compleja si se trata de un zurdo - viene la búsqueda del botón que cumple las misma funciones de la cadena de los sanitarios antiguos, solo que en vez de agua, suelta un químico especial.

Ese botón siempre está detrás de, debajo de, tapado por. Y puede que el botón no se mueva, pero el bus sí. Y eso sin hablar de otro botón que suelta un poco de agua del mini lavamanos, que permite una minilavada de una mano a la vez, porque ni modo de soltar la manija.

Estas son las razones que han llevado a Aníbal a desarrollar una nueva virtud en sus viajes por las carreteras colombianas.

La resistencia.

Y subirán a los árboles

Algún estudio estadístico habla de un futuro en el cual a cada hombre le corresponderán siete mujeres. Frente a este dato, los optimistas se ven en una lujosa tienda en el desierto, acompañados de siete hermosas damas que mueven sus cuerpos perfectos al son de ritmos exóticos. Los pesimistas se ven trepados en un árbol, acosados por siete cazadoras con bigote.
La experiencia actual de quienes tienen más de una mujer en su órbita personal favorece la visión del árbol sobre la del harén. Por ejemplo, está el amigo Julio. Aunque se trata de un cumplidor eximio del sexto mandamiento, su vida gira alrededor de cuatro mujeres. Sí, cuatro. Su madre, doña Lida. Su esposa, Ligia. Su hija, Lida. Y su jefe, Marta.
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Doña Lida, la madre, está en esa edad en la cual se sobrevalora la compañía de los nietos. Por eso, de vez en cuando, (ese sábado, por ejemplo) organiza unas onces e invita (notifica) a Julio para que este vaya con sus dos hijos. Y así lo plantea a su nuera.
Lida, la hija mayor, está en esa edad en la cual las amistades son la prioridad 10 y la familia es la prioridad menos 5, debajo del televisor. Por eso, inexplicablemente prefiere pasar la tarde de sábado caminando por el centro comercial o en Facebook y no en casa de la abuelita. Y así se lo plantea a mamá.
Marta, la jefe, está a punto de concretar un gran negocio. Y necesita a su mejor empleado. Pero hay que tenerlo todo listo el lunes a primera hora. Así que le pide a Julio que sacrifique el sábado por la tarde. Responsable como siempre, y desarmado ante la mezcla de autoridad e inocente coquetería de su superior, este acepta.
Ligia, la madre, esposa y nuera no desea cargar en su conciencia los gastos futuros de su hija en sicoanálisis, ni le interesa enfrentar la legendaria cantaleta de doña Lida. Así que responde a la rebeldía de su hija frente a la invitación sabatina con un “esperemos a su papá”.
Conclusión, Julio llega y descubre que tiene que dejar contento a todas las mujeres de su vida sin traumatizar a Lida, enfurecer a doña Lida, incumplirle a Marta o decepcionar a Ligia.
Ante una situación de esas, sólo le queda una alternativa.
Treparse al árbol más cercano.