martes, 26 de abril de 2016

Sí se lo puede perder


Alex –como lo llaman sus hermanos–  no estuvo en el concierto de los Rolling Stones. Curiosamente, todavía respira. Sigue madrugando puntualmente para ir a trabajar, paga sus cuentas, vive en el mismo lugar y desayuna, almuerza y come todos los días.

Don Alejandro –tratamiento respetuoso de los novios de sus hijas– nunca va a las ferias del libro. Tampoco asiste a las funciones del festival de teatro salvo algún encuentro no planeado en centro comercial. O en parque público. Sin embargo, la información disponible señala que sus signos vitales permanecen estables. Además, no han ocurrido situaciones negativas en su entorno familiar que guarden relación directa comprobada con su reticencia frente a estos eventos.

Alejo –denominación tradicional del grupo de amigos con quienes periódicamente comparte billar y una que otra cerveza– brilla por su ausencia en los restaurantes de moda. En fines de semana o circunstancias especiales ordena domicilio de algún negocio cercano a su casa. Puede ser la versión local de alguna cadena internacional, o un restaurante independiente de comida china.  Pese a eso, su círculo cercano de vecinos  y amigos ha permanecido más o menos estables a lo largo de los años.

El ingeniero Alejandro –como se refieren a él en su entorno laboral-  ignora de manera constante y sistemática los eventos, espectáculos, festivales, presentaciones artísticas, exposiciones que se programan en la ciudad, simplemente porque él usa su tiempo libre de otra  manera. Tampoco incluye en su guardarropa esas prendas que de acuerdo con los mensajes publicitarios o recomendaciones autorizadas no pueden faltar en el closet del hombre actual. Aun así, observaciones empíricas permiten asegurar que su estatura no  ha  variado, su rostro sigue siendo reconocible y todavía tiene dos piernas, dos  brazos, una nariz, dos orejas y un ombligo.

Ale –apelativo cariñoso que data de sus tiempos de novios, de uso exclusivo por parte de su esposa- escucha radio, consulta información en internet durante la semana e impresos los sábados y domingos. Ve el noticiero de televisión por la noche cuando su horario se  lo permite. Un cuidadoso seguimiento a sus actividades diarias permite afirmar que estas no guardan relación con aquellas que son calificadas como imperdibles por esos medios de comunicación. Y no hay consecuencias visibles o evidentes. Ni de las otras.

Esos eventos, productos, lugares o acciones que no forman parte de las rutinas de Alejandro son, -de de acuerdo con los informadores, expertos o publicistas de turno- esenciales. Indispensables, ineludibles, forzosas, necesarias.  Constantemente advierten que no se las puede perder. Que tiene que asistir. Que son oportunidades que no es aceptable desaprovechar. Que hay que ir. Sí o sí.

Que vaina que existan tipos como Alex, quienes ignoran estos parámetros fundamentales para una vida feliz. Son inaceptables personajes como el ingeniero Alejandro, los cuales se nieguen a dejarse guiar sobre lo que es básico para ellos. Pero lo más incoherente del comportamiento de Alejo es que su actitud irresponsable y gregaria parece no tener consecuencias. De hecho, no las tiene.

Él no es del tipo que se complica la vida con disquisiciones profundas. Pero es demostrable y verificable que no importa lo que digan las redes sociales, los  periodistas, los locutores, los personajes de moda, los noticieros y los intelectuales.

Usted sí se puede perder lo que “nadie se puede perder”.

Y no pasa nada.