Alex –como lo llaman sus hermanos– no estuvo en el concierto de los Rolling
Stones. Curiosamente, todavía respira. Sigue madrugando puntualmente para ir a
trabajar, paga sus cuentas, vive en el mismo lugar y desayuna, almuerza y come
todos los días.
Don Alejandro –tratamiento respetuoso de los novios de sus
hijas– nunca va a las ferias del libro. Tampoco asiste a las funciones del
festival de teatro salvo algún encuentro no planeado en centro comercial. O en
parque público. Sin embargo, la información disponible señala que sus signos
vitales permanecen estables. Además, no han ocurrido situaciones negativas en
su entorno familiar que guarden relación directa comprobada con su reticencia
frente a estos eventos.
Alejo –denominación tradicional del grupo de amigos con
quienes periódicamente comparte billar y una que otra cerveza– brilla por su
ausencia en los restaurantes de moda. En fines de semana o circunstancias
especiales ordena domicilio de algún negocio cercano a su casa. Puede ser la versión
local de alguna cadena internacional, o un restaurante independiente de comida
china. Pese a eso, su círculo cercano de
vecinos y amigos ha permanecido más o
menos estables a lo largo de los años.
El ingeniero Alejandro –como se refieren a él en su entorno
laboral- ignora de manera constante y
sistemática los eventos, espectáculos, festivales, presentaciones artísticas,
exposiciones que se programan en la ciudad, simplemente porque él usa su tiempo
libre de otra manera. Tampoco incluye en
su guardarropa esas prendas que de acuerdo con los mensajes publicitarios o
recomendaciones autorizadas no pueden faltar en el closet del hombre actual. Aun
así, observaciones empíricas permiten asegurar que su estatura no ha
variado, su rostro sigue siendo reconocible y todavía tiene dos piernas,
dos brazos, una nariz, dos orejas y un
ombligo.
Ale –apelativo cariñoso que data de sus tiempos de novios,
de uso exclusivo por parte de su esposa- escucha radio, consulta información en
internet durante la semana e impresos los sábados y domingos. Ve el noticiero
de televisión por la noche cuando su horario se
lo permite. Un cuidadoso seguimiento a sus actividades diarias permite
afirmar que estas no guardan relación con aquellas que son calificadas como
imperdibles por esos medios de comunicación. Y no hay consecuencias visibles o
evidentes. Ni de las otras.
Esos eventos, productos, lugares o acciones que no forman
parte de las rutinas de Alejandro son, -de de acuerdo con los informadores, expertos o publicistas de
turno- esenciales. Indispensables, ineludibles, forzosas, necesarias. Constantemente advierten que no se las puede
perder. Que tiene que asistir. Que son oportunidades que no es aceptable desaprovechar. Que hay que ir. Sí o sí.
Que vaina que existan tipos como Alex, quienes ignoran
estos parámetros fundamentales para una vida feliz. Son inaceptables personajes
como el ingeniero Alejandro, los cuales se nieguen a dejarse guiar sobre lo que
es básico para ellos. Pero lo más incoherente del comportamiento de Alejo es
que su actitud irresponsable y gregaria parece no tener consecuencias. De
hecho, no las tiene.
Él no es del tipo que se complica la vida con disquisiciones
profundas. Pero es demostrable y verificable que no importa lo que digan las
redes sociales, los periodistas, los
locutores, los personajes de moda, los noticieros y los intelectuales.
Usted sí se puede perder lo que “nadie se puede perder”.Y no pasa nada.