Se trata de atrapar seres que habitan una realidad alterna.
Demanda movimientos encaminados a capturarlos. Con las manos. Con los dedos. Pueden ser lentos o
rápidos. Y cuando culmina la cacería,
suele celebrarse mediante una exclamación de júbilo.
¿Pokemones? No.
Pispirispis.
Mis escasas habilidades sociales me impiden comentar si las
nuevas generaciones aún agarran pispirispis. Solo estoy seguro de algo. Ellos
–los jóvenes– al igual que nosotros –los no tan jóvenes– tal vez cacen
pispirispis, pero nunca han visto uno.
Porque si bien todos en el algún momento de la vida
intentamos capturar algún representante de la susodicha especie, no conozco al
primero que haya tenido la dicha de coronar su intento. Tampoco conozco al
primero para quien esa situación sea un problema. Es que cazar pispirispis no
es un fin en sí mismo. Es más bien un medio.
Los ejemplos ayudan. Caza pispirispis quien está tratando de
recordar una palabra o dato. Abre y cierra la mano, mientras mueve los dedos.
Cuando la información requerida escapa de algún rincón perdido de su cerebro y
se expresa en tono jubiloso la cacería termina. Los pispirispis atrapados
escapan y la vida sigue.
No es la única circunstancia. Quien está siendo regañado
suele bajar la mirada e iniciar la captura moviendo nerviosamente dedos y manos.
Condiciones de edad, género, nivel académico, experiencia o contenido del
regaño son irrelevantes. En cambio, requisito fundamental para que asuma el
mencionado comportamiento es que el regaño sea justo. Lo imperativo es ser
culpable. Y la relación es directa. A mayor culpabilidad más pispirispis
atrapados. Triturados. Pulverizados.
Al nemotécnico y al culpable le sumamos el comunicador.
Dícese de aquel que en toda conversación, independientemente del tema,
interlocutor, horario u tono, caza pispirispis. Agresivamente, en la nariz de
su escucha. Tímidamente, con las manos ocultas o abajo. Nerviosamente, si la
situación lo amerita. Momentos previos a solicitudes matrimoniales, peticiones
de aumento de sueldo, requerimientos para permisos maternales o paternales y
revelaciones de bajos resultados académicos al mismo público son situaciones
que lo ameritan.
Claro, algunos no requieren entornos especiales. En cualquier hora, momento o circunstancia
realizan los movimientos que, supongo, a estas alturas el lector ya tiene
completamente identificados. Fue uno de ellos. Injustamente olvidado por la
historia. Ese anónimo personaje creó con su respuesta contundente una especie,
una actividad, un recurso comunicacional, una estrategia para ganar tiempo, una
terapia para los nervios. No conocemos
nombres, pero sí la conversación. Algo
como esto.
- ¿Qué hace?
- Aquí cazando
pispirispis.
- ¿Y qué es un pispirispi?