jueves, 16 de marzo de 2017

Dulce tragedia

Fueron tres meses de dulzura. 90 días recorriendo las calles en busca de presentes que expresaran, con sabor, los sentimientos que su boca era incapaz de decir.

Dejó la responsabilidad del sentimiento en un paquete de caramelos de leche. O en esa chocolatina suiza que encontró tras varias horas de camino por rutas desconocidas. Se convirtió en su rito particular. Sin habérselo propuesto tenía un compromiso. No dejaría pasar un solo día sin comprar sonrisas con algún detalle azucarado.

Porque estaba enamorado, pero no era capaz de expresarlo. Y un día, le sobró un confite después del almuerzo. Así que sin planear nada se lo entregó a ella, a la esquiva dama de ojos grandes, a esa que le había robado el corazón desde cuando la vio por primera vez.

Y le conoció la sonrisa. Y los ojos se vieron más grandes que nunca cuando simplemente dijo gracias. Una puerta se había abierto, y él no estaba dispuesto a cerrarla.

Así que del dulce pasó a los chocolates. Y de los chocolates a las almendras. Y de vez en cuando una cocada. Para él, lo importante era no parar. Sabía que algún día el gracias daría paso a algo más.

Por eso le aportó turrones, bocadillos, arequipe y hasta uno que otro bizcocho rematado en crema a la mujer de sus sueños. Ella, invariablemente, recibía el regalo, obsequiaba a su proveedor personal de postres una sonrisa y se retiraba a la oficina con el respectivo paquete en la mano. El sentía cada vez más complicidad, más cercanía, más ¿amor?

Y al cumplirse el día 90 del ininterrumpido surtido pasó lo que tenía que pasar. Cuando se encontraron en el pasadizo donde a diario se cruzaban su vidas, él le extendió un bocadillo veleño, cariñosamente envuelto en su cobertura vegetal.

Ella asumió una actitud diferente. Honesta, sincera, cariñosa. Llamándolo por su nombre, y mirándolo directamente a los ojos, le hizo la gran revelación.

“Sabes, hay algo que quiero decirte”.

Con el corazón haciendo redoble, una voz masculina asustada dijo en voz baja ¿qué?

“Soy diabética, y en mi casa están cansados de comer dulces. Por favor ¡no me regales más!”