martes, 18 de abril de 2017

Rotos estrato 6

Como no tengo idea de cuánto vale un yin, hice lo que todos hacen cuando no tienen idea de algo y quieren posar de conocedores. Sí, busqué en la Internet. No mucho, alcancé a ver que hay unos que valen más de 300 mil pesos y otros que valen 45.

Le dejo a los expertos en mercadeo la profunda reflexión acerca de las diferencias de precios entre lo que a simple vista se ve como un pantalón azul en ambos casos. Claro que sí hay una diferencia y es que en algunos casos está roto. Deshilachado, con huecos, con tiras que le cuelgan, costuras que se ven, evidentes señales de uso.

Como es de esperarse y completamente lógico, el yin roto es de los más… caros. Y ese aspecto viejo, ajado y harapiento que dan los años viene de un proceso industrial cuyo resultado es un viejo recién envejecido. Vaya usted a saber cuál es la lógica de esto.

La última novedad es un pantalón que sí parece sacado del guardarropa de un reciclador que lo heredó de otro reciclador, con todo el respeto que me merecen quienes se dedican a esta noble profesión.

Aclaro que la referencia se debe a que el contacto constante con desperdicios genera un acelerado daño en las prendas de vestir. Es decir que se ven feos, desteñidos, rotos, gaminosos,

Referencia histórica. Gamín hoy en día evoca un tipo guache, malhablado y grosero. Hace unos años evocaba niños que además de las condiciones anteriores, vivían en la calle y se vestían con lo que podían, es decir harapos sucios, es decir pantalones como los que le dieron material a esta nota. Y tampoco eran de su talla. Porque me faltaba un requisito adicional de los gaminosos de última generación: que le queden grandes al usuario o usuaria de turno.

Ya suena bastante irracional que vendan prendas de vestir en esas condiciones, y suena mucho más irracional que haya gente que los compre. Y cuando uno cree que la estupidez humana llegó a su punto más alto entonces empieza a encontrar en la misma Internet instructivos (sí, en plural), escritos, con fotos paso a paso y en videos, sobre “cómo hacer tus propios bluyines rotos”.

Seré bruto, pero no entiendo cuál es el misterio de romper un bluyín, Cuando yo era niño rompí un montón, –y agréguele sacos, camisas, calzoncillos, camisetas y corbatas– sin ver ningún video o de conocer los 10 (sí, 10) pasos que anuncian en otro lado para obtener los pantalones de marras, que por cierto tienen un poco de nombres rebuscados los cuales, por respeto al idioma y pereza me abstengo de citar.

Algo no cuadra en un mundo donde es mucho lo elegante y lo fino deshilachar un pedazo de tela para mostrar pedazos de pierna –incluyendo versiones peludas, generalmente de caballeros– mientras que en determinados lugares o ambientes miran feo al que lleva un remiendo –ese sí legítimo tapahueco– o no lo dejan entrar basados exclusivamente en su forma de vestir.

Porque hemos llegado al extremo de estratificar los rotos. De ponerle clase social a los hilos deshilachados De volver fashion y trendy (palabras raras que creo significan moda) lo que hacen quienes no tienen opción. Pero sin meterle equidad al asunto. Quiero ver la discoteca, restaurante, gimnasio o bar de moda donde le den el mismo tratamiento a los pantalones rotos de una modelo y a los de un mendigo.

En alguna parte leí que hay dos cosas sin límíte, el Universo y la estupidez humana. Historias como esta de los yines me generan una duda ¿Será que el Universo tiene límites?