miércoles, 19 de marzo de 2025

Eso nunca pasa

No es que sea ilegal o sobrenatural. Es más, muchas veces el escenario fue diseñado, construido y puesto en funcionamiento con ese objetivo en específico. Pero Alonso y un grupo privilegiado de personas saben que, por alguna misteriosa razón, casi nadie lo utiliza. La misma misteriosa razón que invierte la constante cuando alguien, Alonso, por ejemplo, quiere o debe aprovechar esa circunstancia.

Ejemplos. La entidad donde se realiza aquel trámite tan innecesario como inevitable. Contrario a sus equivalentes en otros lugares, permanece cuasi vacía.  Cuando el tipo pasa por ahí en horarios de oficina siempre ve la locación despejada y al personal conversando mientras disfrutan una tasa de café.

Pero cuando Alonso es el usuario, algo pasa. Llega a mediodía y en vez de soledad, lo recibe tremenda fila. Tanta que debe volver otro día temprano a no alcanzar ficha. Dos intentos más le permiten finalmente pescar turno y, tras horas (demasiadas) de impaciente e incómoda espera, culmina la diligencia. Días después se cruza de nuevo por el sitio de marras, el cual ha retomado su condición de zona despejada.

No ocurre sólo en locaciones para cumplir obligaciones. Sí, ese restaurante es altamente popular y vive con cupo completo los sábados, domingos y en horario nocturno. Incluso los viernes. Por eso programa el almuerzo un lunes, un martes, un miércoles o un jueves. No importa el día. No habrá mesa disponible y en cambio alguna fila de alegres y abundantes celebrantes de algo masivo (grados, primeras comuniones, premios, encuentros empresariales) que justo en esa fecha escogieron el mencionado negocio  para festejar. 

La situación lo persigue. Estando de novio el hombre se echó una canita al aire con amigos sinvergüenzas y sendas compañías femeninas. Aunque nada comprometedor pasó, para justificar su ausencia ante la pareja oficial dijo haberse reunido con otro amigo, al cual no veían hace años. Ese que apareció al día siguiente en una visita sorpresa, justo cuando los novios estaban en casa de Alonso. Ese cuyo primer comentario fue… ”pues como nos veíamos hace tanto”. Tras el notoriamente incómodo reencuentro el implicado tuvo que decir la verdad, pedir perdón, realizar acciones compensatorias, pedir perdón, pedir perdón...

Más historias. Deja en casa los documentos y fijo se le atraviesa un retén de autoridad competente. Todos los días se topa con indigentes de diferentes edades, tamaños y colores. Excepto cuando saca un atado de ropa vieja para regalar. Mientras anda enhuesado con el bulto, la calle parece un desfile de estratos 4, 5 y 6. Necesita comprar una sanduchera de hierro colado, esa que vende el señor del carrito que se encuentra todos los días. Ese señor que desaparece sin dejar huella de todos los espacios por donde Alonso transita.

Sus decisiones de vestuario siempre coinciden con cambios imprevistos de clima. Hizo el ridículo en un  programa de televisión medio pirata, y todos sus conocidos vieron ese episodioLas vías que siempre están vacías son un trancón cuando tiene afán. Y aunque cumple con casi todas las leyes casi todo el tiempo, solo debe cometer la mas mínima contravención para que alguien esté ahí, lo vea y, por supuesto, lo regañe.

Lo más vergonzoso se deriva de los llamados de la naturaleza (lo que antes denominaban aguas menores, aclaramos). Cuando la situación llega al extremo de evacuar o conseguir una muda urgente de ropa interior, Alonso busca concienzudamente un sitio discreto, oculto y solitario. Uno de esos lugares por donde jamás transitan seres humanos. Hasta ese momento. Porque inevitablemente ese despoblado e inhóspito punto se convertirá en corredor para todo tipo de gente, aunque preferiblemente serán monjas en procesión, familias con menores, mujeres de edad avanzada o miembros del personal femenino de la Policía Nacional. 

Eso nunca pasa, hasta que solo le pasa a Alonso.