martes, 22 de septiembre de 2015

El retorno del emigrante


Jeremías llegó a los Estados Unidos hace seis años. De fugitivo de migración pasó a los oficios varios, y la suma de su trabajo honesto y habilidad comercial le permitieron no solo legalizar su estadía, sino adaptarse con éxito al “american way off life”.

Después de 2.190 días de girar dólares con puntualidad a su familia, Jeremías organizó, junto con su esposa Juana, un viaje de dos semanas a Colombia, en plan de vacaciones y descanso.

¿Vacaciones? Ja. Buen chiste.

De entrada hay que decir que seis años a punta de “supermarket” tienen sus implicaciones. Por eso, la bandeja paisa que preparó mamá para recibir a su hijo, lo puso a circular. A circular tres días con regularidad entre la habitación y el baño.

Tras el ataque de los frijoles vino el del licor. Jeremías desarrolló en los Estados Unidos fijaciones cuasieróticas con el aguardiente. Durante seis años pensó en el momento sublime en que disfrutaría la espirituosa bebida. Y ese viernes casi se ahoga al recibir la primera dosis de aquella sustancia transparente que, para su americanizada garganta, solo se diferenciaba del desinfectante para baños en la suavidad... del desinfectante.

Unas pastillas del primo médico, y la inútil, - como veremos más adelante - recomendación de controlar la dieta pusieron a Jeremías a punto para empezar a contactar a los viejos amigos. Pero antes había que visitar parientes. Los de Jeremías. Los de Juana. Mucha gente. Poco tiempo. A cuadrar la agenda como sea.

Un día normal arranca con desayuno donde la Tía Luisa. Mediasnueves donde el primo Bernardo. Almuerzo en casa de la abuela. Una hora para que cada uno llame a los antiguos compañeros. A las cuatro, onces donde otra de las abuelas. A las seis el cuñado insiste en llevarlos a conocer un centro comercial para que vean que aquí también hay. A las ocho los recoge otro cuñado y los lleva a cenar. A las 11, cuando ya se van a acostar, entran la hermana de Jeremías y su esposo y se los llevan de rumba.

Las dos semanas se van volando, lo cual agrega a la agenda unas cinco despedidas. Y un día cualquiera estarán en el aeropuerto, con el estómago destrozado, los ojos hinchados de no dormir y las maletas llenas de productos autóctonos que les significarán largas explicaciones ante gringos escépticos en la aduana del otro lado.

Las “vacaciones” han terminado.

God bless America.