martes, 31 de mayo de 2016

El misterioso poder detrás del jefe


No tiene nombre. Nadie sabe donde está. Parece que es una sola persona, aunque cuando se refieren a él hablan en plural. Su sola invocación acaba de un tajo con discusiones, argumentos, observaciones o críticas. Es algo así como un dios, pero en versión corporativa. Y su poder está en la palabra, literalmente.

Como no tiene rostro ni ningún otro rasgo identificable, para presentarlo públicamente toca a punta de ejemplos. Ubiquémonos en una empresa. No puede ser cualquiera.  Debe ser lo suficientemente grande para diluir responsabilidades. Para que existan instrucciones claras y específicas de origen incierto. Entre más grande y burocratizada, mejor.

Volvamos a  nuestra organización. Un día queda claro que se prohíbe ir a  trabajar, digamos, en crocs. O en tenis. O en zapatos abiertos. O en tacones de determinadas alturas. No hay memorando ni orden escrita sino un comentario que a velocidad de rayo pasa de dependencia en dependencia: “prohibieron usar esos  zapatos”.

“¿Prohibieron?”, ¿quiénes?  Nunca lo dicen. La frase es así, sin sujeto. Como cuando están preparando la presentación para la junta directiva y alguien dice, cambie eso porque “así es como quieren que quede”. Y así quedará. Se supone que el resultado dejará a alguien tranquilo o satisfecho. ¿A quién? Buena pregunta.

El poder desconocido es especialmente eficiente en momentos de innovación. Para ambos lados. Frena iniciativas excesivamente creativas, cuando los seres de la dimensión superior ven en la propuesta de turno algo “demasiado arriesgado, demasiado innovador, innecesariamente reformista”. Pero también promueve cambios que deben ser aceptados sin ninguna objeción porque “esa es la decisión”, “así  son las cosas ahora” o –para  variar– “eso es lo que quieren”. Y  punto.

La  presencia omnímoda, palabra rebuscada que significa “Que lo abraza y comprende todo” según la Real Academia, hace honor a su significado.  Tiende a aparecer cuando un subalterno cuestiona alguna propuesta del jefe. Aclaración necesaria. No es que se niegue a hacer el trabajo. No es que cuestione la orden como tal.  Simplemente plantea alguna opción razonable en el procedimiento. Y entonces  aparecen los que “dicen que hay que hacerlo así”. Última  palabra.

También es el argumento favorito a la hora de establecer los términos de una labor contratada externamente. Lo que los tecnócratas llaman outsourcing, los sindicalistas tercerización y los trabajadores peor es nada. En esos casos la instrucción comienza con un "aquí quieren que..."

Una característica de estas deidades cuya infalibilidad compite con la del papa es que hablan a través de alguien con mando. No con quien tiene el mando mando –léase gran jefe– sino con quien es la vez jefe y subalterno –léase  mando medio–. En cualquier reunión de área, cualquier discusión sobre temas como, por ejemplo, el almuerzo del Día de la Secretaria se zanjan rápidamente con un “prefieren que sea en ese sitio”.

Tal vez haya por ahí algún malpensado que piensa que los mandos medios no son voceros de un poder superior, sino que se escudan en esas oraciones ambiguas  para imponer puntos de vista propios que no tienen ningún sustento corporativo. A esos personajes negativos les sugiero que guarden para sí sus opiniones, porque pueden generar problemas con…

…ustedes saben con quien.