Desbaratar es una forma generosa de describirlo. El pequeño realmente rompía. Todo juguete que no estuviera conformado por una sola pieza —en material macizo— terminaba, más temprano que tarde, hecho pedazos. La buena noticia es que el pequeño se entretenía fácilmente, por lo que al paso del tiempo su ludoteca quedó limitada a pelotas de plástico, cajas de huevos, piezas huérfanas de otros juegos y dados.
La capacidad del rompetodo trascendió cuando la familia incluyó al niño en las visitas. El infante dejaba huella. O huellas, porque siempre eran trozos de algo. Porcelanas, lámparas, candelabros, materas y demás etcéteras (algunos dizque irrompibles) conformaban su prontuario. Solo era cuestión de descuidarlo un segundo para que el estruendo informara que la curiosidad infantil había sumado otra víctima.
Papá y mama se dieron cuenta que había que acabar con esa situación. Así que acabaron con las visitas. De ahí en adelante, las salidas se limitaron a lugares públicos donde, por supuesto, había que presupuestar atención, alimentación y reparación de daños. Como aquel hotel de tierra caliente que contaba en cada habitación con una jarra de agua fría la cual, quedó demostrado, sí era desarmable (ver foto).
La tendencia del caballero a los estragos no es por rebeldía, travesuras o maldad. Por cierto, en su cédula figura otro nombre, pero Torpiño es como lo conocen parientes y amigos. Es que eso de Torpe sonaba muy impersonal. Pero describe adecuadamente al tipo que simplemente falla en la coordinación de movimientos, no se fija lo suficiente o manipula con brusquedad aquello diseñado para ser tratado con suavidad.
El individuo ya tiene cédula porque el pequeño destructor creció, se hizo adulto, desarrolló habilidades laborales, trabaja, se sostiene a sí mismo y a su familia, e intenta tener una vida social y laboral normal. Situación que se complica ante la precisión de una ecuación algebraica: A + B = C = D. En este caso, A es cualquier elemento rompible ubicado cerca del borde de una mesa, escritorio o cualquier mueble. B es Torpiño, quien además de ser grande y gordo, tiene preferencia por ropa suelta como abrigos, sacos largos y chaquetones. C es el contacto que el cuerpo o la indumentaria de ustedes ya saben quien tendrá con el objeto de turno. D corresponde al sonido del impacto contra el piso y a la cuenta respectiva, si es del caso.
Su fase adulta le ha permitido a más de un amigo o familiar renovar vasos, copas, floreros y hasta cambiar baldosas, cuando el objeto que cayó no se rompió por ser de hierro, pero sí afectó algunos azulejos del piso. La tortuga del preescolar donde estudian sus hijos estrenó casa, tras sobrevivir al incidente de la caída del acuario que le servía de hábitat. En la oficina la señora de los tintos le regaló, de su propio bolsillo, un pocillo plástico con tapa, aburrida de recoger periódicamente los pedazos de algún mug volador.
Con el paso del tiempo, el protagonista se ha vuelto particularmente cuidadoso en sus movimientos, tanto que hay quienes lo comparan con el toro en la cristalería (ver acá, minuto 0.31 en adelante) Adicionalmente, sus conocidos manejan todo un protocolo de seguridad mientras el hombre anda en zona de peligro. Realmente los daños se han minimizado, aunque de vez en cuando alguien (Torpiño, por ejemplo) se descuida y las historias infantiles vuelven al presente.
La diferencia es que Torpiño paga lo que rompe de su propio bolsillo y, a veces, se lleva los pedazos.