viernes, 8 de febrero de 2008
Pedalazos 5: Sobredosis de años
Cuando se es joven y lleno de energía, el deporte es salud. Cuando no se es joven, el deporte cansa. Montar en bicicleta es un deporte. Luego, cansa.
Algo tan obvio no se descubre sino en aquella mañana en la cual, desafiando la lógica, el sujeto o sujeta decide cambiar su tradicional bus, buseta, carro o transmilenio por una bicicleta, aprovechando las pomposas ciclorrutas.
Descubrir las ventajas del pedaleo lleva explícito sus desventajas. Por cada pedalazo saludable hay peatones despistados, viento en contra, subidas, cambios que se traban, mancha de grasa en el pantalón, taquicardia y mosquitos al acecho de su boca abierta.
Echando a perder se aprende, dijo el capitán del Titanic. Y así como el primer día las dos ruedas llevarán a casa un despojo humano, poco a poco irá aprendiendo los trucos para sobrevivir -a veces es literal - en medio de la novedosa red de vías especializadas.
Correr en bicicleta cansa. Más cuando es en subida, o cuando el viento va en contra. Pero incluso en bajada o en plano, si uno no es Lucho Herrera no debe tratar de emularlo. No solo porque al otro día amanecerá sin piernas, sino porque múltiples peligros obligan a frenar y entre más rápido se vaya, más dificil es detenerse. Pura inercia.
Los cruces de ciclovía no son todos iguales. Hay cruces para ciclistas en los cuales usted tiene la prioridad, y ni siquiera necesita bajar la velocidad. Cruces en los cuales usted tiene la prioridad pero a nadie le importa, así que hay que bajar la velocidad o parar. Cruces donde usted no es un ciclista, es un peatón y debe pasar lentamente, zigzagueando entre carros. Cruces que son un verdadero reto (el de la calle 63 con 30, por ejemplo). Cruces que están llenos de sorpresas - traducción en cualquier momento aparece un carro o un ciclista. Es decir, que cruzar es un arte.
Las vías también tienen sus sorpresas. Postes en la mitad. Huecos. Cambios intempestivos de piso - del suave pavimento a la te te te tembladera del ladrillo - o finales inesperados (calle 63 frente al parque El Lago de occidente a oriente). A fuerza de recorrerlos, dejan de ser imprevistos y se convierten en obstáculos sorteables. Pero la primera vez pueden implicar un nada poético contacto con la triste dureza del asfalto urbano.
Usted ya sabe que no puede correr. Usa casco. Respeta todos los semáforos. Se cuida en cada cruce. Tiene pito para advertir a los peatones despistados. Lo felicito. Ahora recuerde que en la misma calzada hay jóvenes - nada personal, pero solo ellos tienen el físico - que corren, hacen locuras, se atraviesan, no respetan, etc, etc, etc.
Cuidese de ellos. Déjelos pasar. No les diga nada.
Pero por encima de todo, nunca trate de seguirlos.
Reconózcalo.
Usted ya no está para esos trotes.
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Yo comentarista
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