Puede que
algunos, o muchos, odien su trabajo, pero Darío conoce un gremio que lo ama. Al
trabajo, no a Darío. Él se refiere a quienes se ganan la vida poniendo logotipos empresariales en la ropa de trabajo. Nadie hace algo tan bien, con tanta
dedicación, cuidado y aplicación concienzuda de la tecnología disponible solo
por un salario.
La revelación llegó
cuando Darío perdió su empleo, pero en cambio quedó con una abundante provisión de bluyines y camisas
azules, suministrados por su exempleador. Y como feos no eran, decidió integrar
las pintas laborales a su vestuario diario
Pero tanto las
camisas como los pantalones estaban identificados con el logotipo de su expatrón, por aquello de la identidad corporativa.
Además de ciertas implicaciones legales que alguna vez le habían explicado,
dentro de sus vocaciones no estaba la de vitrina ambulante. Lo bueno era que en
tiempos de desempleo pueden faltar muchas cosas, pero lo que sobra es tiempo.
Así que Darío tomó la decisión de dedicarle un par de horas, a lo sumo una
mañana, a quitar los logotipos. ¿Qué tan difícil podía ser?
Muy, pero muy
difícil.
Ahí fue cuando
descubrió que las personas que ponen logotipos realmente quieren lo que hacen. Le
dedican tiempo, infraestructura y conocimiento. No es, como podría pensar un
observador desprevenido, un simple pedazo de tela tejido a otro pedazo de tela.
No. De alguna
misteriosa manera, el escudo queda a ambos lados de la camisa o pantalón.
Entonces el plan inicial de arrancar no arrancó. Los intentos de retirar el
parche mediante jalones fracasaron una y otra vez. Solo funcionaron en la más
vieja de las camisas donde el escudo respectivo salió… con unos 20 centímetros
de tela adheridos. Esa camisa hizo inmediato tránsito a trapo.
Eliminaba la
fuerza bruta, quedaba el corte. Primero con tijeras, cuyo uso dejó unos
hermosos agujeros donde antes había logotipos (y más trapos) Después el cuchillo,
con similares resultados. El trabajo
demandaba un instrumento más preciso. Bisturí.
Cual cirujano,
Darío empezó a cortar, lenta y pacientemente, los hilitos que sujetaban el
logo. Descubrimiento. Esos hilitos estaban sobre otros hilitos, alrededor de
más hilitos en una “hilambre” interminable. Cortaba y cortaba, pero siempre
encontraba una nueva capa. Y con el agravante sangriento derivado de su escasa
pericia con el bisturí. Nada que unas curitas no pudieran solucionar… pero
hacer cortes precisos con los dedos vendados es tarea de titanes. Eso sí, cada
vez había más trapos para oficios varios
Superada la fase
paciente, llegó el momento de acudir a la “Ley de Charles”: “D echarles
machete”. A lo bestia. Lima pequeña, lima grande, papel de lija, pulidora.
¿Resultado? Huecos pequeños, medianos, grandes, enormes. Y trapos en cantidades
industriales.
Lo último que se
supo del aprendiz de modisto fue que andaba buscando parches para tapar. Lo han
visto por ahí con una imagen gigante del Che Guevara en el pecho, cuatro filas
de flores en el bluyin y soles gigantes en relieve encima de los bolsillos.