lunes, 23 de marzo de 2009

El culo me preocupa

Culo: (Del lat culus). Conjunto de las dos nalgas. (una de las seis acepciones aceptadas por la Real Academia de la Lengua Española)
La vida de Genaro ha entrado en una nueva fase. Tres hechos la determinan. Uno, el fin de una larga relación de pareja. Dos, factores extremos de salud que lo obligaron a tomarse en serio lo de su peso corporal. Tres: el deseo de volver al mercado de parejas ante su segunda soltería y la pérdida de antiestéticas barrigas y papadas por cuenta de la dieta.
Pero como no hay dicha completa, el hombre pronto descubre que las reglas cambiaron. Ellas tienen más iniciativa, ellas reclaman espacios propios y ellas, también, le miran el trasero.
Lo de la iniciativa y el espacio es cuestión de acostumbrarse; pero lo del derriere tiene despistado a nuestro héroe.
Gracias a años de sobrepeso y una pareja comprensiva, el uso público de esa zona específica del cuerpo se ha limitado a conjugar el verbo sentarse. La única reflexión sobre su poder seductor estuvo en una canción de Alejandra Guzmán que hablaba de nalgas afiladas y escurridas. Y a estas alturas del partido, las del sujeto en mención son más bien redondeadas, y, eso sí, escurridas... pero muy escurridas.
Es una cuestión de ley. La ley de la gravedad.
Además, su dotación particular de pantalones está unas tallas -bueno, muchas tallas- por encima del resultado del régimen alimenticio, lo que le impide -o le salva- de exhibir sus posaderas al público presente.
Ya hizo un primer acercamiento a un almacen donde venden pantalones más juveniles. Incluyó en su rutina de ejercicios algo que leyó en una revista sobre tonificar las nalgas. Al salir de la ducha lanza miradas de reojo al espejo mientras se encuentra de espaldas al mismo. Gracias a ello, se ganó una torticolis.
Tampoco tiene claros los criterios que generan popularidad allí donde la espalda pierde su casto nombre. Tan perdido está que, sin darse cuenta, ha terminado haciendo lo que los economistas llaman investigar la competencia.
La situación tiende a terminar de tres maneras. Cuando los caballeros observados se dan cuenta, lo miran feo y algunos reaccionan agresivamente. Eso no tiene problema. El problema es cuando lo miran bonito y tienden a ponerse amistosos, lo que impulsa a Genaro a conjugar otro verbo: perderse.
La tercera situación se genera si el personal inspeccionado no se da cuenta. Genaro, por alguna razón, siente la obligación de decir groserías, hablar de fútbol, escupir o realizar cualquier actividad que refuerce su masculinidad.
A veces trata de incluir el tema en conversaciones con el género femenino, pero la verdad es que no ha tenido mucho éxito. Eso de “¿Como te gustan las caderas en un hombre?” o “Honestamente ¿que tal te parecen mis posaderas?” son tópicos complicados para meter en un diálogo.
Así que sólo le quedan las revistas femeninas, ya que en las de hombres el tema no se toca.
Es que el culo no era una cosa de hombres.
Hasta ahora.