martes, 27 de septiembre de 2016

La llamada que no era

No era la primera vez pero ese día, de verdad, se les iba yendo la mano. Comenzó poco antes de las 7 a.m. y siguió repitiéndose en intervalos que iban de los 10 a los 30 minutos. Hombres y mujeres con sus textos libreteados y fingido interés que invariablemente comenzaban con su saludo y el “¿Hablo con el señor XXXX Vega”.

Vega tenía nombre, por supuesto, pero para efectos de esta historia solo interesa su apellido. Lo que no tenía era empleo. Tampoco clasificaba como consumidor moderno. Eso traduce en que solo compraba lo que necesitaba. Pero ese dato  no formaba  parte de la cultura general de sus enemigos naturales; los vendedores de call center. Esos que parecían haberse puesto de acuerdo para bombardearlo con múltiples y variadas “oportunidades” en la mañana que hoy rememoramos.

Vega figuraba en sabe Dios cuantas bases de datos, de esas que prometían privacidad y terminaban en manos del mejor postor.  Solo bastaba disponer de su nombre y teléfono para lanzar el ataque. El del vendedor que “en reconocimiento por sus excelentes antecedentes” lo “seleccionamos” para “adquirir con grandes facilidades” algún producto o servicio en el cual el interlocutor no tenía el más mínimo interés.

El hombre había ensayado diversos contraataques en su guerra particular contra las ventas telefónicas. La histeria total fue una de las primeras, pero pronto descubrió que esta alborotaba el instinto de la insistencia al otro lado del teléfono. Ante el poco éxito de la guerra abierta, llegó el turno para la diplomacia. A veces agresiva: “¿Y usted porque tiene mi teléfono? 

Hasta cuando descubrió que la meta volante de sus rivales, antes de cerrar la venta (el premio mayor), era mantener la comunicación. Y cualquier pregunta servía para seguir hablando. Lo mismo que cualquier comportamiento parecido a normas de urbanidad o actitud civilizada. Escuchar más allá de la identificación del llamador implicaba una pelea desigual porque el comercializador disponía de todo el arsenal de su libreto, y Vega, básicamente, del “no gracias”, y del “no me interesa”.

Finalmente desarrolló una metodología con éxito relativo. Cortés pero firme. Algo así como: “Muchas gracias por su llamada pero no me interesa ningún tipo de oferta comercial por ahora. Sí, ya sé que no me ha dicho cuál es pero en este momento no me interesa. Yo sé que usted esta haciendo su trabajo así que le deseo mucha suerte con su próximo cliente. Que tenga un feliz día”. Y el día de la sobredosis de llamadas a cada vendedor le iba aplicando una versión cada vez más breve y cortante.

¿Ya les dije que Vega también estaba desempleado? Así que mientras no andaba de round con los call center pasaba hojas de vida. Vía Internet, como se estila ahora. Hasta que su perfil encajó. A lo milagroso. Todo lo que pedían, él lo tenía. Los de la empresa también lo sintieron. Ese tipo era el aspirante perfecto por experiencia, conocimiento, formación, especialización. Solo faltaba contactarlo. 

La secretaria de personal simplemente hizo lo que hacía siempre. Dio su nombre, mencionó la empresa y antes de que pudiera convocar a su interlocutor a una entrevista la reacción fue tan tajante como desconcertante: “Muchas gracias señorita, sé que usted esta haciendo su trabajo pero la verdad no me interesa. Que pase un feliz día”.

Lástima, era el candidato ideal para el puesto.