No era la primera vez pero ese día, de verdad, se les iba
yendo la mano. Comenzó poco antes de las 7 a.m. y siguió repitiéndose en
intervalos que iban de los 10 a los 30 minutos. Hombres y mujeres con sus
textos libreteados y fingido interés que invariablemente comenzaban con su
saludo y el “¿Hablo con el señor XXXX Vega”.
Vega tenía nombre, por supuesto, pero para efectos de esta
historia solo interesa su apellido. Lo que no tenía era empleo. Tampoco
clasificaba como consumidor moderno. Eso traduce en que solo compraba lo que
necesitaba. Pero ese dato no formaba parte de la cultura general de sus enemigos
naturales; los vendedores de call center.
Esos que parecían haberse puesto de acuerdo para bombardearlo con múltiples y
variadas “oportunidades” en la mañana que hoy rememoramos.
Vega figuraba en sabe Dios cuantas bases de datos, de esas
que prometían privacidad y terminaban en manos del mejor postor. Solo bastaba disponer de su nombre y teléfono
para lanzar el ataque. El del vendedor que “en reconocimiento por sus
excelentes antecedentes” lo “seleccionamos” para “adquirir con grandes
facilidades” algún producto o servicio en el cual el interlocutor no tenía el
más mínimo interés.
El hombre había ensayado diversos contraataques en su guerra particular contra las ventas telefónicas. La histeria total
fue una de las primeras, pero pronto descubrió que esta alborotaba el instinto
de la insistencia al otro lado del teléfono. Ante el poco éxito de la guerra
abierta, llegó el turno para la diplomacia. A veces agresiva: “¿Y
usted porque tiene mi teléfono?
Hasta cuando descubrió que la meta volante de sus
rivales, antes de cerrar la venta (el premio mayor), era mantener la comunicación.
Y cualquier pregunta servía para seguir hablando. Lo mismo que cualquier
comportamiento parecido a normas de urbanidad o actitud civilizada. Escuchar
más allá de la identificación del llamador implicaba una pelea desigual porque
el comercializador disponía de todo el arsenal de su libreto, y Vega,
básicamente, del “no gracias”, y del “no me interesa”.
Finalmente desarrolló una metodología con éxito relativo.
Cortés pero firme. Algo así como: “Muchas gracias por su llamada pero no me
interesa ningún tipo de oferta comercial por ahora. Sí, ya sé que no me ha dicho
cuál es pero en este momento no me interesa. Yo sé que usted esta haciendo su
trabajo así que le deseo mucha suerte con su próximo cliente. Que tenga un
feliz día”. Y el día de la sobredosis de llamadas a cada vendedor le iba
aplicando una versión cada vez más breve y cortante.
¿Ya les dije que Vega también estaba desempleado? Así que
mientras no andaba de round con los call center pasaba hojas de vida. Vía Internet, como se estila ahora. Hasta que su perfil encajó. A lo milagroso.
Todo lo que pedían, él lo tenía. Los de la empresa también lo sintieron. Ese
tipo era el aspirante perfecto por experiencia, conocimiento, formación,
especialización. Solo faltaba contactarlo.
La secretaria de personal simplemente hizo lo que hacía
siempre. Dio su nombre, mencionó la empresa y antes de que pudiera convocar a
su interlocutor a una entrevista la reacción fue tan tajante como
desconcertante: “Muchas gracias señorita, sé que usted esta haciendo su trabajo
pero la verdad no me interesa. Que pase un feliz día”.
Lástima, era el candidato ideal para el puesto.