F.A. es maduro tirando a viejo, su cara es más bien normalita tirando a maluca, su físico no tiene nada que ver con gimnasios o ejercicios y su ropa es bastante común tirando a corriente y descachalandrada.
Aún así, ella siempre lo mira. F. A. no sabe su nombre. O mejor, sus nombres, como explicaré más adelante. Ella es joven. Milenial. centenial, generación Z o cualquiera de esos apelativos creados para vender productos y sensaciones “exclusivas” a millones de consumidores que coinciden en un rango de edad.
F. A. tiene un nombre que corresponde a sus iniciales. También es Fotógrafo Aficionado. Dos razones para ser F. A. Suele cargar una cámara (no la del celular) para captar imágenes de situaciones, lugares, eventos, y, sobre todo, de gente en su vida diaria. No busca publicar, generar ingresos o seguidores.
Lo hace porque le gusta. No pone individuos o grupos a posar. Simplemente, cuando ve algo que le llama la atención enfoca (bueno, la cámara enfoca por él) y dispara. Así ha ido reuniendo una amplia colección de imágenes que muestran seres humanos en diferentes escenarios, ejerciendo eso que llaman vivir.
Vivir no siempre es cuestión de individuos sino de comunidades. Muchas veces las fotos de F.A. son de grupos. Grupos que caminan, grupos que desfilan, grupos que interactúan en algún espacio público, grupos que trabajan, grupos que participan de alguna dinámica —como no— de grupo, grupos que bailan, grupos que cantan, grupos que descansan… Grupos, que, en resumen, están ocupados haciendo algo que amerita fotos. Y, lo más importante, que no asumirán esas poses prefabricadas y artificiales de las selfis.
Pero ella sí.
Ella está en las imágenes de la presentación del conjunto de baile, de los ocupantes del tren en movimiento, de la procesión de Semana Santa, del evento conmemorativo, del desfile de bandas de guerra de la fiesta patria, del público expectante antes del concierto, del público exaltado durante el concierto, de la multitud anónima caminando por el centro.
Es completamente reconocible, pero solo se hace evidente al ver las fotos en un formato grande. Antes, había que esperar el revelado e impresión. Ahora es cuestión de computador, televisor o tableta. Allí está. En medio de la multitud o del grupo selecto, justo cuando F.A. aprieta el obturador, ella lo mira.
Es una mirada directa. Sus ojos están fijos en F.A. La evidencia gráfica no deja lugar a dudas. No importa si F.A. acciona su cámara cerca o a 50, 100, 200 metros, con uno de esos lentes que le hacen trampa a la distancia. No importa si el grupo es grande, mediano o pequeño. No importa si están de pie, en movimiento, quietos o haciendo alguna acrobacia.
Si tomó una sola imagen, en esa imagen ella lo mira, En cambio, si tomó varias imágenes, en distintos, momentos, lugares o planos… ella también lo mira. Además, independientemente de las circunstancias, ella siempre se ve bien. Es decir que si se trata de alguna actividad física donde el resto del personal evidencia el esfuerzo, ella tendrá rostro sereno, relajado y sin una gota de sudor. Si es un escenario donde todos los demás ponen cara de palo, ella esbozará una enigmática sonrisa. Y si es el momento de suprema emoción de los asistentes al concierto, donde todos saltan y gesticulan con sus ojos fijos en el artista, ella desviará la mirada hacia el fotógrafo y pondrá cara de modelo durante menos de un segundo.
¿Efecto selfi? ¿Instinto? ¿Magnetismo? F.A. no tiene explicación. Pero ella nunca falta. Y lo está mirando.