miércoles, 28 de junio de 2023

Conéctese al silencio, por favor


Señores (as):
Fabricantes y vendedores de teléfonos inteligentes, operadores de telefonía celular, autoridades competentes en el tema.

Les escribo para plantear un tema que empeora día por día y en el cual ustedes tienen inmensa responsabilidad. Todo comenzó hace años, cuando algunos teléfonos celulares (las flechas) empezaron a incluir un receptor de radio. De vez en cuando, en el transporte público, algún joven utilizaba los nuevos aparatos para compartir su pésimo gusto musical con el personal sin preguntarle su opinión. Hablando de pésimo, el sonido también lo era, evidenciado por el hecho de que sonaba al volumen más alto posible.

Lo mismo pasaba con las habilidades de cantante del improvisado DJ, quien no solo obligaba a todo el que estuviera al alcance a escuchar su música, sino que solía acompañarla, pero a pedazos. Como no se sabía las canciones, entonces de vez en cuando soltaba un ruido o una palabra que sonaba parecido.

Claro que ya existían los audífonos. Pero para ser justos, los primeros tenían unos conectores exóticos así que si se dañaban o perdían no era tan fácil reemplazarlos. Hoy ese problema ya no existe. Casi todos los teléfonos inteligentes tienen una entrada estándar que admite desde desechables –de esos que se dañan si uno los mira mucho, pero eso sí, son muy baratos– hasta la última tecnología. Agreguemos opciones inalámbricas y manos libres. Cierta empresa eliminó las entradas estándar, pero inmediatamente aparecieron adaptadores que con una mínima inversión solucionan ese problema.

Sería de esperar que ante la abundancia de alternativas, escuchar sonidos provenientes del teléfono fuera un asunto tan privado como ir al baño. Pues no. Hoy no es solo en el transporte público. Se ha extendido a  las filas, salas de espera y otros puntos fijos donde el personal debe permanecer en tiempos muertos. Tiempos que antes se ocupaban con revistas, libros, conversaciones intrascendentes u observaciones del entorno, y en los que hoy todo el mundo clava la mirada en su celular.

Y llegamos al meollo del problema. Para un abundante sector de la población, los audífonos no existen. El asunto, además, se diversificó en edad, género y, se reconoce, variedad de contenidos. Entonces terminamos escuchando una apasionada discusión sobre un tema personal o laboral vía mensajes de audio (ida y vuelta). O algún video musical que confirma el progresivo deterioro en gustos de las nuevas generaciones. Pero ojo. Ya no son solo jóvenes. Son adultos. Y adultos mayores, Hombres, mujeres y cualquier categoría adicional que se desee incluir. Gracias a la señora del lado nos enteramos (y antojamos) en detalle de como preparar una sopa de alcachofa. El caballero de la fila de enfrente nos comparte alguna historia graciosa de redes sociales pero, cuando llega el momento del chiste, eso sí no se escucha bien. O peor, somos receptores del audio de algo que parece muy interesante que no entendemos, porque la comprensión depende de la parte visual a la que no tenemos acceso. 

Están en todas partes. En una biblioteca pública, donde un milenial despistado consideró que el mejor sitio para ver y escuchar a su influencer favorito era la sala de lectura. En las salas de espera de los servicios médicos, donde nos bombardean sonidos por todos los flancos. Ni siquiera las salas de velación se salvan, aunque hay que aceptar que, normalmente, una mirada de odio soluciona el problema en estos escenarios.

Yo entiendo que hoy en día casi todos los teléfonos inteligentes traen sus audífonos incorporados. Pero la situación que describo demuestra que esto no es suficiente. Por tanto los invito a asumir su responsabilidad para que cada uno, desde su ámbito particular, mediante opciones legales, mecanismos de proveeduría a bajo costo u ofertas comerciales, promueva soluciones para que el “yo escucho mi teléfono” vuelva a ser ese acto privado y egoísta que nunca terminaremos de agradecer.

Cordialmente

Un escucha (involuntario) aburrido