miércoles, 26 de abril de 2023

Un rollo de entretelas, buses, taxis y propinas



Chuchín, (hoy don Jesús) ejerció como muchacho oficios varios en un almacén de telas en los años 70 del siglo pasado. Como el nombre del cargo lo indica, su trabajo involucraba múltiples responsabilidades incluyendo subir la reja, acomodar mercancía, traer el mecato de las vendedoras, hacer las vueltas del banco, asear sitios complicados, cambiar bombillos... más un larguísimo etcétera. Y todo por el mínimo.

Aunque el negocio no contaba con servicio permanente de domicilios, uno que otro cliente recibía lo que hoy llamaríamos tratamiento VIP. Uno de ellos era el propietario de una fábrica de ropa y gran consumidor de entretelas, quien periódicamente solicitaba el rollo completo. (paréntesis técnico: la entretela es lo que indica su nombre y a veces palpamos en algunas prendas de vestir, en sitios como cuellos, por ejemplo. En esos tiempos había una muy gruesa -de alto calibre, sería la descripción técnica- como una especie de icopor pero un poco más delgado, al punto de que se podía enrollar).

Así que a Chuchín le financiaban taxi de ida para que llevara la entretela. Y el cliente VIP daba propina. Era buen negocio.  Pero un día cualquiera la tentación apareció. Al igual que todos los mensajeros del mundo, el nuestro hacía el cambiazo. Le daban para coger taxi, pero usaba bus. Claro, el ilícito tenía reglas. Solo funcionaba cuando la diligencia respectiva se demoraba más o menos lo mismo independientemente del medio de transporte, y cuando la carga de turno cabía sin problemas en un bus.

Lo que nos lleva a la tentación. El protagonista pensó que el rollo (30 metros de largo, 1.50 de alto y unos 60 centímetros de diámetro) podía caber en un bus. O sea que la ganancia iba a ser por cambiazo y por propina. ¿Qué podía fallar? Otra referencia histórica: en esos tiempos lejanos, los buses tenían dos puertas. La de adelante, por donde se entraba y pagaba y la de atrás, por donde se salía. Pero cuando el pasajero llevaba carga grande podía negociar con el conductor para que le abriera la puerta de atrás.

Comenzó el operativo. Primer paso, alejarse del almacén, para que el jefe o algún sapo no se dieran cuenta. Primer descubrimiento de Chuchín: entre más lejos del negocio estaba, más pesado se ponía el rollo. Segundo; los buses pasaban demasiado llenos para negociar puerta de atrás. Es decir, que algo podía salir mal y había que actuar con inteligencia y coger taxi .

Él, por supuesto, no lo hizo. Siguió avanzando con su carga de peso creciente al hombro hasta que por fin apareció un bus no tan lleno. El conductor se detuvo, miró al mensajero, miró el rollo y sentenció: “pero me paga dos pasajes adicionales”. Momento ideal para reconocer el fracaso del plan y coger taxi. Momento desaprovechado. Así que hombre y rollo subieron al bus semivacío, pagaron sus tres pasajes y vieron como, en poco menos de tres cuadras, el vehículo de transporte público se llenó hasta las que sabemos.

Lo siguiente fue el titánico esfuerzo para bajar un Chuchín y 30 metros de entretela con 10 pasajeros bloqueando la puerta. Diez cuadras después del destino finalmente pudo, cuadras que hubo que recorrer en plan de infantería con el producto al hombro, y paradas cada 100 metros, ante el peso aplastante del rollo.

Pero finalmente llegó. Meta alcanzada. Ahí estaba la fábrica, el propietario VIP, la propina, la ambulancia… ¿La ambulancia? Resulta que el señor VIP tuvo la pésima idea de infartarse. Lo cual, por supuesto,  cambió las prioridades, mandando la entretela al último lugar. En minutos se fue la ambulancia, y tanto la fábrica como la calle quedaron vacías. A excepción de un Chuchín enhuesado con 30 metros de entretela, sin propina y, como cayó en cuenta, sin billetera, posiblemente perdida durante los forcejeos para salir del bus.

Ahí fue cuando don Jesús (ex-Chuchín) entendió que siempre hay algo que puede salir mal.