martes, 20 de octubre de 2015

Perdidos en el chaleco


Humberto es un tipo con suerte. En estos tiempos de desempleo él tiene tres puestos. Sí, tres. Claro que entre los tres a duras penas suma un poco más del mínimo, pero eso es otro cuento. El asunto es que este acaparador laboral ejerce simultáneamente como mensajero en una oficina de arquitectos, una concesionaria de carros y una agencia de chance.

El truco consiste en que como la ciudad es pequeña, las diligencias se suelen concentrar en el sector céntrico. Es más, muchas veces son en el mismo banco, la misma entidad estatal, o la misma cafetería. Además los horarios lo favorecen, pues los del chance inician labores a las ocho, la concesionaria abre a las nueve y los arquitectos llegan a sus oficinas hacia las 10.30.

Claro que su cómplice mayor es la tecnología. Los del chance le dieron celular, los de la concesionaria avantel y los arquitectos smartphone. Estos artilugios, además de convertir a Humberto en una especie de vitrina ambulante de sistemas de comunicación, le garantizan constante contacto con sus jefes sin necesidad de ir a la oficina.

El problema no es tener los aparatos. El problema es cargarlos, junto con la billetera, los esferos, el llavero, la pata de conejo, el monedero, el pañuelo, el maletín, el celular propio y los encargos de las secretarias. Inicialmente el equipo de comunicaciones iba dentro del maletín, pero la poca audibilidad amenazaba su estabilidad laboral. Luego optó por colocárselos en el cinturón, hasta que el peso excesivo le tumbó los pantalones en la fila del banco. Como trabaja en tierra caliente, el baño de sudor le hizo descartar desde la primera hora la idea de la chaqueta.

Fue precisamente ese día cuando pasó frente a la vitrina de los televisores y vio los chalecos de periodista. Originalmente concebidos para la pesca, no tienen mangas, pero en cambio abundan en bolsillos y cremalleras. Humberto vio en esa prenda la solución textil a sus angustias e invirtió en uno que contaba con 17 bolsillos distribuidos estratégicamente con sendas cremalleras.

Ahora, cuando suena un celular, mira el monedero. Recibe llamadas de avantel y contesta con la billetera. Trata de sacar monedas del otro celular para pagar el bus. Firma los cheques con las llaves y una vez iba a hacer una llamada con las medias veladas que le encargó la secretaria de la concesionaria.

Es que nunca, pero nunca, le acierta al bolsillo adecuado.