martes, 29 de noviembre de 2016

La persecución

Era una noche sin luna. Oscura y tenebrosa. Y Suárez no debía estar ahí. Pero se puso de proactivo (¿sapo?) a escoltar a la jefa hasta la casa. Cómo iba a saber que la señora tenía su morada en un barrio tan estrato bajo. Bueno, cada uno vivía donde se le daba la gana. Si había un culpable, era  él.

Él fue el que se ofreció. El que dijo que podían tomar el mismo taxi. Supuso –equivocadamente– que coincidían en ruta y guardó silencio cuando la jefa anunció una dirección al otro extremo de la ciudad. En vez de permitir que la señora pagara insistió en hacerlo. Y en vez de decir que no tenía suficiente dinero para que el taxi lo llevara a su casa simplemente lo despachó para que no tuviera que “esperar”.

Nunca se supo esperar qué, porque cinco minutos después la jefa estaba en casa y él, solitario, en la calle oscura, tenebrosa e insegura. La buena noticia era que a pocas cuadras quedaban la avenida y el paradero. Inició su camino en procura de la zona segura, en este caso la estación del bus.

Paranoico sí estaba. Veía sombras amenazantes y sentía que lo seguían. Periódicamente volteaba pero no, solo se veía un sujeto a la distancia. Posiblemente ni siquiera iba para el mismo lado que él.

Segunda volteada. El tipo seguía ahí. Caminando, y aunque todavía lejos, ya no tanto.

Tercera volteada. Era oficial. El tipo iba en la misma ruta que él. Y cada vez más rápido. Y cada vez más cerca.

Suárez no estaba boyante en materia de efectivo, como ya vimos. Tampoco portaba elementos de mucho valor. Reloj de agáchese, “esmalfon” chino y esfero de $2000 (la caja). Y las gafas, sin las cuales el mundo a su alrededor se volvía tierra de sombras. El problema era que el ladrón –oficialmente ya lo era– no tenía por qué saber eso.

En parte por dignidad y en parte por estrategia apretó el paso pero sin correr, para no alertar a los delincuentes. Sí. Los. Aunque solo había visto uno, estaba seguro de que una banda completa, si no un clan, se habían confabulado para atracarlo.

Y entonces pasó lo que tenía que pasar. Tropezó contra algo y las gafas fueron a dar al piso. El dilema ya no era entre seguridad y movilidad, sino entre visibilidad y riesgo Resignado, se arrodilló y empezó a tantear los alrededores. El sitio del desastre quedaba justo al lado de un negocio,  de esos de barrio,  con tremenda vitrina. Cerrado, por supuesto, pero la mezcla de luces internas y externas generaban un efecto espejo.

Mientras buscaba los lentes de vez en cuando levantaba la mirada para confirmar su inexorable destino. El reflejo de la figura del perseguidor se acercaba cada vez más. Iba directo para donde Suárez. Todo pasó en pocos segundos. Suárez encontró las gafas. El perseguidor llegó. Suárez se puso de pie buscando una ruta de escape. Tensionó los músculos  mientras sentía la adrenalina correr por el cuerpo y veía como su perseguidor… ¿Seguía derecho?

Sí, siguió derecho hasta ubicarse frente a la vitrina, sacar una peinilla, arreglarse el cabello y continuar su camino en medio de la noche sin luna, oscura y tenebrosa.