Eso es amor carajo. Ese tipo, en
ese preciso momento preferiría estar en cualquier otra parte. Viendo un partido de futbol. Tomando cerveza
con los amigos. Visitando a la mamá. Estudiando. Trabajando. Haciendo fila en
el banco. Pero no. Está al lado de un
combo de mujeres con pasiones descontroladas. Pasiones que no son para él. Son para
el de la tarima.
Paréntesis explicativo. Eso de
que la música es lenguaje universal es carreta. No hay música para todos los
públicos. Hay música para mechudos metaleros, para rumberos clásicos, para
despechados profesionales, para adolescentes, para rebeldes retirados, y, lo
más importante en esta historia, para hombres y para mujeres.
No para los dos al tiempo. Para
cada uno por aparte. Por el aspecto físico del artista, por el contenido de sus
letras, por los ritmos que maneja o por algún inexplicable componente atávico
genético es claro que ese man hace música de viejas. Y eso para el género masculino
es un problema.
Porque, segundo paréntesis,
cuando una mujer hace cosas de hombres es una pionera, pero cuando un hombre
hace cosas de mujeres siente que su testosterona se reduce peligrosamente. Es algo así como ciertas dolencias que le llegan puntualmente a las damas, una vez al mes. Cosas de mujeres..
Claro, existen niveles: una canción
suelta en la radio, la presencia ocasional en el repertorio de un bar, incluso
un tarareo inconsciente están el límite de lo tolerable. Comprar su música ya
es incómodo. Almacenarla genera sospechas. ¿Ir a conciertos? ¡Intolerable!
¿Entonces qué hace ahí? ¿Por qué
madrugó días atrás para obtener una buena boleta? ¿Por qué participó con
curioso entusiasmo en los preparativos? ¿Por qué aceleró su jornada diaria para
evitar congestiones? Por qué expresó tímido
entusiasmo (pero entusiasmo) ante la entrada del baladista, tarareó algunas
canciones y puso cara de ponqué cuando le preguntaron… ¿Te gusta, amor?
Por eso, porque una de las mujeres
de pasiones desenfrenadas, de esas que lanzan chillidos espeluznantes cada 30
segundos, que repiten a grito herido los coros, de esas que se pegaron la
chillada del siglo con la canción X y llegaron a un éxtasis no apto para
menores con la canción Z, de esas que han intentado –con el consiguiente paso a
alerta roja de los equipos de seguridad –tomarse por asalto la tarima en
diversas ocasiones… es su novia.
Ojo. Novia. Proyecto por asegurar, propuesta en fase de evaluación,
relación en periodo de prueba constante. No es un interés ocasional, no es un
programa esporádico. Es la firme candidata a parir los hijos del sujeto. Tampoco
es material relativamente asegurado –léase esposa u compañera permanente– Por eso hay que estar ahí.
Por eso él no está zampandose unas
cuantas cervezas frente a un canal deportivo. No se está dando patadas con
amigos y desconocidos en la cancha sintética de fútbol 6. No está viendo una
película de superhéroes o de guerra. No está consumiendo alguna comida
callejera. No está ejerciendo de mecánico semiprofesional. No está jugando con algún aparato de última tecnología. No.
El está en el concierto de ese
man, evento que tres meses antes desconocía y poco le importaba hasta cuando la
susodicha vio la información en alguna parte, puso la cara que sabemos y tras
lanzar un gritico de sorpresa y alegría preguntó con sospechosa inocencia
¡Mira, va a venir XXXX (el man) ? ¿Vamos?
Ese tipo dijo que sí. Y ahí está.
Eso es amor,
carajo.