En la iglesia no cabe una persona más. Familiares y amigos de la novia ocupan el ala izquierda, mientras la parentela y conocidos del novio llenan la derecha. A los invitados se suman los inevitables patos. Ese nerviosismo que nadie comenta pero todos sienten crece minuto a minuto. Las miradas se concentran en la puerta. El círculo más cercano de la prometida está en el atrio, con ojeadas constantes hacia ambos lados de la vía y llamadas que nadie responde. Ella no llega, la paciencia del sacerdote se acerca a su límite, la ocasión feliz pinta para desastre... Pero una persona está completamente tranquila. Sabe exactamente lo que va a pasar. Años de recuerdos y experiencias mutuas lo llevaron a ese momento.
El cerebro vuela a la infancia. Conjunto cerrado, zona verde, infancia compartida, juegos de barrio. Escondidas. Faltan pocos minutos para llegar a ese grado de oscuridad que todos identifican como la señal para volver a los apartamentos. Es el acuerdo tácito con madres, hermanos mayores y ocasionalmente algún padre. Mientras regresen a casa a esa hora o antes, el permiso del otro día está garantizado. Pero ella no aparece todavía. El que contó no la encontró. Los demás, sumados a la búsqueda, tampoco. Ya algunas madres llamaron a sus hijos. Si todos no llegan a tiempo puede ser el final de la diversión en vacaciones...
Otro recuerdo. Tiempos de adolescencia. La batalla esta vez es contra la trigonometría. Senos, cosenos, tangentes. No ha sido un buen año académico para ella. Hasta podría perderse. Una esperanza en forma de examen es la oportunidad para salvarlo todo. Requiere, claro, dedicación y preparación. La fecha se acerca peligrosamente sin que se note algún esfuerzo adicional para aumentar el conocimiento en la materia...
Más memorias. Ya en el mundo laboral, la vida volvió a reunir a los antiguos vecinos. Un amigo gana cierta convocatoria internacional, gracias a la cual se codeará con los mejores del mundo. Entre todos le compran un computador, que servirá simultáneamente como herramienta de trabajo y comunicación. Es la noche anterior al viaje, cuando finalmente se pudo organizar la despedida. Están todos en el restaurante. Bueno, casi todos. Porque ella no aparece. Ella, la que traerá el computador. Ella, la que no responde mensajes ni llamadas. El homenajeado está agradecido, pero debe irse temprano porque su avión sale a primera hora...
La evocación del hombre en la iglesia llega a una escena vivida muchas veces. Encuentro con ese cliente, el importante. Es momento de la presentación clave, aquella que definirá el negocio. Todos los que deben estar ocupan la sala de juntas, con una excepción. La expositora principal, la que maneja los argumentos que convertirán la presentación de turno en acuerdo gana-gana, no aparece. En medio de la cortesía empresarial empieza a notarse cierta incomodidad. Es cuestión de segundos para que la reunión se disuelva...
Ese vecino de infancia, ese compañero de colegio, ese profesional que se reencontró con la amiga de la niñez y la adolescencia en el lugar de trabajo. Ese que pasó del trabajo a los recuerdos, de los recuerdos a la confidencia, de la confidencia al amor y del amor al compromiso. Ese, junto al altar, en una iglesia llena de personas asustadas porque no hay novia por sustracción de materia.
Él recuerda los desenlaces laborales cuando, segundos antes de la disolución, ella aparecía, distensionaba el ambiente con algún comentario y procedía a conquistar al cliente de turno. Evoca como ella llegó justo para interceptar en la puerta del restaurante al homenajeado, quien partió hacia el futuro con computador nuevo. Rememora la noche antes del examen de trigonometría, en la que ella estudió como nunca en su vida y logró —apenas raspando, pero igual vale— cumplir el requisito académico. Y resuena en su mente una voz infantil que gritaba “un, dos, tres por mí” y cerraba el juego, justo antes de que las madres ejercieran autoridad. Así garantizó no solo los permisos del día siguiente, sino muchos días de diversión infantil.
Los demás que se asusten. Él sabe que ella llegará. Ella es así La mujer del último minuto.