jueves, 23 de julio de 2015

Como ser caro y malo pero próspero. ¡La película!


Hace poco leí la diatriba de un bloguero indignado contra los abusos de algunos restaurantes. Contenía muchos argumentos, como por ejemplo un caldo a 20 mil (o un poco más) pesos, o un lugar donde se negaron a empacar media porción –porcionsota, al parecer- de carne que alguien no había consumido. Los comentarios de los lectores ratificaban la situación o narraban anécdotas similares.

En una economía de mercado, donde rigen principios de oferta y demanda, este tipo de negocios deberían tener sus días contados. Si son exageradamente caros pues es obvio que la gente acudirá máximo una vez y jamás regresará y el propietario tendrá que escoger entre racionalizar sus precios o cerrar.

No, no es obvio. En vez de acabarse, prosperan. Es como de película, así que propongo los siguientes argumentos para explicar el singular fenómeno.

El uno. Estos negocios son tan costosos, que con un cliente diario que caiga, tienen para pagar sus gastos y generar ganancias. Y el usuario se siente en un ambiente exclusivo

Fama. Los cocineros, personas muy respetables que hacen un oficio valioso para la sociedad se volvieron superestrellas. Y a la gente le gusta andar cerca de las superestrellas. Así terminen estrellándose con supercuentas irracionalmente altas.

Retroceder nunca, rendirse jamás. Después de entrar, sentarse, pedir la carta y ver los precios… son pocos los valientes dispuestos a reconocer la irracionalidad de los mismos, pararse e irse a buscar un sitio más barato.

Retroceder nunca, rendirse jamás II: Algunos restaurantes tienen una copia de la carta en su puerta, que permite conocer precios sin necesidad de pasar por el rito anterior. Pero hay quienes ni siquiera así se atreven a dar el paso atrás.

Todo por tu amor. No existe límite en lo que un hombre enamorado –o con intenciones horizontales para con su compañera de turno – está dispuesto a hacer. Es más fácil pedir frente a un plato de nombre raro y costo irracional que frente a un corrientazo. Claro que pedir no significa recibir. En asuntos de pareja mediado por la gastronomía, lo único seguro es la cuenta.

Los otros. Ellos miran la cuenta. Usted no. Ellos consultan el precio y el bolsillo antes de pedir. Usted no. Ellos se preocupan por el saldo y la cuota de su tarjeta de crédito. Usted no. Como usted alguna vez –no necesariamente lejana- estuvo con ellos, ahora se siente obligado a demostrar que superó esa etapa. Ellos son un cliente para el dueño del restaurante, usted es una maravilla.

Las apariencias engañan. Usted no va allá a comer pero como es un restaurante toca pedir comida, y como en los restaurantes cobran toca pagar, Usted va allá a ver quién está ahí y a que lo vean los que están allí, porque este es el sitio adonde debes ir para que te vean porque si no te ven es como si no estuvieras. (…o algo así)

Cobardes. Nunca se supo quien propuso la idea. Lo cierto es que un grupo social –familia, amigos, compañeros de trabajo, turistas- terminan en el sitio. Todos, sin excepción, lo ven demasiado costoso. Todos, sin excepción, rebasan su presupuesto. Todos, sin excepción, tienen en la mente alguna opción. Pero ninguno habla. Sin excepción. Así que todos, sin excepción, comen, pagan, se descuadran y culpan al genio anónimo que los llevó a ese sitio tan caro del que ninguno se atrevió a escapar.