Hace poco leí la diatriba de
un bloguero indignado contra los abusos de algunos restaurantes. Contenía muchos
argumentos, como por ejemplo un caldo a 20 mil (o un poco más) pesos, o un
lugar donde se negaron a empacar media porción –porcionsota, al parecer- de
carne que alguien no había consumido. Los comentarios de los lectores
ratificaban la situación o narraban anécdotas similares.
En una economía de mercado, donde
rigen principios de oferta y demanda, este tipo de negocios deberían tener sus
días contados. Si son exageradamente caros pues es obvio que la gente acudirá
máximo una vez y jamás regresará y el propietario tendrá que escoger entre
racionalizar sus precios o cerrar.
No, no es obvio. En vez de
acabarse, prosperan. Es como de película, así que propongo los siguientes
argumentos para explicar el singular fenómeno.
El uno. Estos negocios son
tan costosos, que con un cliente diario que caiga, tienen para pagar sus gastos
y generar ganancias. Y el usuario se siente en un ambiente exclusivo
Fama. Los cocineros,
personas muy respetables que hacen un oficio valioso para la sociedad se
volvieron superestrellas. Y a la gente le gusta andar cerca de las
superestrellas. Así terminen estrellándose con supercuentas irracionalmente altas.
Retroceder nunca, rendirse
jamás. Después de entrar, sentarse, pedir la carta y ver los precios… son
pocos los valientes dispuestos a reconocer la irracionalidad de los mismos,
pararse e irse a buscar un sitio más barato.
Retroceder nunca, rendirse jamás
II: Algunos restaurantes tienen una copia de la carta en su puerta, que
permite conocer precios sin necesidad de pasar por el rito anterior. Pero hay
quienes ni siquiera así se atreven a dar el paso atrás.
Todo por tu amor. No
existe límite en lo que un hombre enamorado –o con intenciones horizontales
para con su compañera de turno – está dispuesto a hacer. Es más fácil pedir
frente a un plato de nombre raro y costo irracional que frente a un
corrientazo. Claro que pedir no significa recibir. En asuntos de pareja mediado
por la gastronomía, lo único seguro es la cuenta.
Los otros. Ellos miran la
cuenta. Usted no. Ellos consultan el precio y el bolsillo antes de pedir. Usted
no. Ellos se preocupan por el saldo y la cuota de su tarjeta de crédito. Usted no.
Como usted alguna vez –no necesariamente lejana- estuvo con ellos, ahora se
siente obligado a demostrar que superó esa etapa. Ellos son un cliente para el
dueño del restaurante, usted es una maravilla.
Las apariencias engañan.
Usted no va allá a comer pero como es un restaurante toca pedir comida, y como
en los restaurantes cobran toca pagar, Usted va allá a ver quién está ahí y a
que lo vean los que están allí, porque este es el sitio adonde debes ir para
que te vean porque si no te ven es como si no estuvieras. (…o algo así)