miércoles, 9 de julio de 2025

Carrasposo

Un día ya lejano la prima Marta descubrió, horrorizada, que el primo Julio despachaba su afeitada diaria con el mismo jabón que lavaba manos, acompañaba ducha y atendía ocasionalmente otros servicios de aseo. Al advertir al pariente sobre posibles efectos negativos en la piel, este (o sea Julio) contestó que eso era invento de publicistas para vender lociones, cremas, espumas y menjurjes. Y remató con frase lapidaria, “a mí no me la va a ganar la sociedad de consumo”.

La conversación terminó pero la prima no se iba a rendir tan fácil. Todos los años, sin excepción, Julio recibió en Navidad y cumpleaños crema, gel o alguna variante para después de afeitar, de las que prometen sensación de suavidad y efecto revitalizante, sea lo que sea eso. Casi todas terminaron como regalo de última hora para terceros, donación a interesados o simplemente basura. El jabón seguía invicto.

Eso fue hasta tiempos recientes, cuando tuvo que renovar zapatos. Julio es de pata grande y presupuesto variable. Eso de calzar 45 tirando a 46 lo obligó a solucionar sus necesidades de calzado en comercios medio clandestinos ubicados en zonas industriales. Lo que hoy llaman outlets y antes se conocían como saldos e imperfectos. Allí encuentra dotación para sus kilométricos pies a precios bastante razonables.

Al final de la compra, mientras pagaba los tenis destinados a su relación con el piso hasta nueva orden la cajera hizo una extraña propuesta. “Tenemos crema para el cuerpo en promoción, ¿le interesa?” No le interesó, pero sí le pareció exótico que en el punto de fábrica de una fábrica de zapatos le ofrecieran tal producto. 

Fue el banderazo de una curiosa y monotemática ofensiva comercial. Siguieron los mensajes de texto. Los que vienen de esas listas de distribución en las que uno quedó automáticamente suscrito al pedir un domicilio, inscribirse en algún programa de fidelización o pedir una factura electrónica. O sencillamente al entregar datos inocentemente sin saber que terminarían en el mercado negro de bases de datos.

El hipermercado le envió información sobre el madrugón con precios especiales en la línea dermocosmética, definida por alguna inteligencia artificial como cuidado y mejora estética de la piel. De la droguería lo invitaban a probar una nueva marca de productos destinados al embellecimiento cutáneo. Durante un periodo no superior al mes, lo bombardearon con avisos de jabones, mascarillas, vitaminas, aerosoles y bloqueadores especializados en el pellejo del personal con su dosis de descuentos, obviamente,  imperdibles.

El primo descartó definitivamente explicaciones basadas en algoritmos durante una visita al centro comercial de siempre. Ahí, en un corredor, presuntamente peatonal, instalaron un quiosco provisional donde promocionaban, como no, cremas naturales para nutrir la piel. Y en el recién inaugurado mall (otro centro comercial pero con nombre gringo) el primer local ofrecía una amplia gama de marcas y productos para proteger, perfeccionar y suavizar la capa exterior del ser humano. Servicio unisexo y asesoría personal.

En plena temporada dermatológica, Julio se pasó la mano lentamente por el rostro como lo había hecho miles de veces a la largo de su vida. Por primera vez sintió algo áspero que obstaculizaba el movimiento y causaba cierta sensación incómoda, que nunca antes había notado. Podía ser su imaginación, pero...  

Aunque nunca lo reconoció, de repente se volvió prioridad rebuscar en el rincón de los regalos inútiles algún sobreviviente de los obsequios de la prima Marta para estrenarlo en la siguiente rasurada.

La sociedad de consumo había triunfado.