La
verdadera democracia queda al fondo a la derecha. En ese cuarto que todos debemos visitar por lo menos una vez al día. Aquí no hay diferencias de sexo,
estrato, edad, género, nivel educativo, aspecto, piso térmico, profesión u
oficio. Las actividades para las que se diseñó la habitación mencionada son aplazables,
pero inevitables. Y si las circunstancias lo ameritan, el verbo visitar puede
ser una metáfora. El contacto íntimo con la naturaleza, recipientes con nombre
de primate hembra o palmípedo, y productos que combinan papelería con fibras
vegetales usados por todos en la primera parte de la vida y por algunos en la
última son opciones aceptables para esas circunstancias
Lo curioso
es que algo tan normal y rutinario es, a la vez, vergonzante. El interés del
protagonista es que nadie se entere. Pero el crimen perfecto no existe. Siempre
queda un mínimo de evidencia. Los avances en plomería y materiales
antiadherentes permiten eliminar el cuerpo del delito sin dejar rastros visibles.
El problema es que el ser humano no solo tiene vista. También dispone de
olfato.
Quienes pasamos de cierta edad –y
venimos de familia grande– recordamos cuando esto no tenía tanto misterio. Se
trataba de cerrar una puerta y ya. Hoy en día vivimos una situación que no sé
si es por la edad, el cambio generacional, la arquitectura o la obsesión por la
higiene de los tiempos modernos. Vale la pena precisar. La explicación podría
ser que a medida que pasan los años, ciertas capacidades físicas se agudizan,
por lo que vemos, oímos, sentimos u olfateamos (husmeamos, olemos) estímulos
que antes no captábamos. Básicamente, los demás sujetos no tienen porque
aguantar la fragancia que deja el objeto que produjo el sujeto. El que estaba
sentado.
Una segunda posibilidad tiene que
ver con que las actuales generaciones son más sensibles, situación que traduce
en menos tolerancia a estímulos que, aunque naturales, nadie puede decir que
sean agradables. La progresiva reducción del tamaño de los hogares, donde el
cuarto que protagoniza esta historia queda cada vez más cerca de otras áreas y
cuenta con menos ventilación es la tercera opción.
Todo esto ha derivado en que la
rutina diaria tenga un nuevo y obligatorio componente. Detalles como material
de lectura, acompañamiento musical, comunicación telefónica, juegos de video,
crucigramas o televisión pertenecen al ámbito privado y no vienen al caso. Pero
una vez terminado el ritual el protagonista se siente obligado a despejar el
área, aromáticamente hablando.
La versión más barata es
ventilar. Como a veces esto es imposible por sustracción de materia y
disponibilidad de tiempo, otros acuden al fuego purificador. Son muchos los
sanitarios que tiene a la mano un kit… por si se va la luz. Sin velas. Sin
linternas. Solo cerillas. Entre más grandes mejor. Siempre queda la duda: ¿Será
seguro un procedimiento que involucra fuego y gases en un recinto cerrado.
La sociedad de consumo, por
supuesto, aprovechó. Múltiples dispositivos se ofrecen para disfrazar,
eliminar, erradicar, y combatir las fragancias. Con otras fragancias. El pino,
la canela, las flores, los bosques, la selva virgen, la fresa salvaje, los frutos rojos, el paraíso, el te verde y el cupcake de coco. Y la
naranja silvestre.
Es toda una industria encaminada a eliminar la evidencia,
dejando huellas evidentes de lo que acaba de pasar. Porque todos entienden cuando, de repente, el ambiente
hogareño se llena de un olor artificial proveniente del cuarto de donde usted
acaba de salir… “de lavarme las manos”.