miércoles, 5 de abril de 2023

Doce preguntas con flow


Cada día que pasa somos más viejos. Eso es un hecho. El futuro no llega, nos cae encima. Los indicadores de crecimiento dejan el gremio de las buenas noticias y pasan a ser señales de deterioro. Curiosamente, este inevitable avance del tiempo implica un retorno al pasado por la puerta de atrás.  Tiene que ver con aquellos comportamientos de adultos y viejos que tanto nos molestaron en la juventud. En nuestra juventud. 

Claro, en esa época los adultos y viejos eran ellos. Ahora, los adultos y viejos somos nosotros. Y desde la perspectiva de los que aún clasifican como jóvenes, de 30 para arriba todos son jubilables. 

La situación es que solo es cuestión de ponerse a pensar un poco en nuestra rutina diaria para descubrir (¡ouch!), que somos peligrosamente parecidos a padres, tíos, abuelos y amigos de la casa de hace 20 . 30 o más años. 

La prueba reina de este ciclo interminable de reciclaje conductual tiene que ver con la música de moda. Nuestra música de moda (remontémonos al siglo pasado o a principios de este) fue clasificada como ruido, censurada al superar determinados parámetros de volumen y horario, y comparada despectivamente con géneros prehistóricos como el bolero, el tango, el Cha Cha del Tren y La Danza de la Chiva.

Ahora nos llegó el turno a nosotros, los veteranos, para despotricar de lo que suena en plataformas. No solo no le vemos la gracia. Tampoco hemos podido saber cómo se llama (¿reguetón?, ¿urbana?, ¿trap?, ¿flow?) y ante cada canción o pieza exitosa que se atraviesa surgen preguntas como las 12 que me atrevo a plantear a continuación

  1. ¿No sería bueno que se entendiera por lo menos, sin ser exigentes, un 10% de la letra?
  2. ¿Cuál es el problema con el fonema “ese”, por qué se oye “todo lo día yo te amo ma”, si lo que pasa es que todos los días yo te amo más? 
  3. ¿Si tanto les duele el estómago, por qué insisten en cantar?
  4. Y, por cierto, ¿están cantando o hablando?
  5. ¿Hablando de cantar, bailar, perrear –sea lo que sea eso– y otras actividades terminadas en ar, por qué suenan cantá, bailá, perreá… o cantal, bailal y peleal?
  6. Está bien, canten con dolor de estómago, pero... ¿sería mucho pedir que se sonaran la nariz antes de?   
  7. ¿No están como muy crecidos para seguir hablando –bueno, cantando– a media lengua?
  8. Exactamente a cuántas personas  –especificando edad, género y relación sentimental con el y/o la cantante– se les puede decir baby.
  9. Y hablando de “beibis” , ¿cómo se llama ese idioma que combina palabras en ingles con palabras en español, o usa palabras en español pero pronunciadas como si fueran en inglés
  10. ¿Hay algún límite o estudio serio sobre cuántos &%#&%#%s puede incluir una canción?
  11. Y aunque estas preguntas se originan en temas auditivos, ¿esas posiciones raras de los dedos no ameritan, por lo menos, unas pruebas de artritis o por lo menos de artrosis?
  12. ¿Es contagioso?

Epílogo. Somos la generación del medio. Así que buscamos el apoyo de los ancianos de la tribu. De los abuelos (y hasta más) para ellos y los padres para nosotros. De los que nos aplicaron cuestionarios similares en tiempos pretéritos. De los que, sin dudarlo un segundo, responden nuestros cuestionamientos musicales con un contundente: “Pues... sabe,   a mí sí me gusta".