martes, 5 de febrero de 2008
Pedalazos 3. Invasores
En los debates en torno al uso adecuado de las ciclorrutas, el título de invasor se lo colgaron al malo equivocado. Se sindica a las motocicletas, a los vendedores, hasta a los carros, Y aunque es cierto que de vez en cuando uno de estos le coge confianza a algunos metros de la vía para el velocípedo (que no es una grosería, sino un sinónimo rebuscado) el verdadero peligro de las mismas no tiene ruedas sino pies. Dios libre al ciclista del peatón despistado.
Supongo que el razonamiento de este personaje es que así como un peatón no se puede estrellar con otro - o si lo hace, las consecuencias son mínimas -, en el caso de las bicicletas y la infantería de vía pública pasa más o menos lo mismo.
La clase de física y aerodinámica demuestra fácilmente que con el mismo esfuerzo de dar un paso se produce un pedalazo, que origina más velocidad, más fuerza y más posibilidades de que el peatón despistado termine en el piso. Pero eso a él no le importa, porque en su mente hay otras cosas que lo ponen a caminar sobre la cinta asfáltica de medio andén mirando hacia abajo, hacia los lados, hacia arriba o hacia cualquier parte. Bueno, a cualquier parte excepto a ese ciclista que le hace señas, le grita, le pita y finalmente le frena, lo esquiva o... casi nunca pasa, pero factible es.
Esto de los peatones despistados tiene sus categorías. Esta el atolondrado mayor, que no se entera de que está en una ciclorruta hasta que queda cara a cara con el ciclista de turno. También el combo de amigos, quienes en una fila compacta abarcan no solo la vía para los de dos ruedas sino el andén, agregándole al bloqueo el cierre de vías alternas.
Claro que estos por lo menos dan tiempo de reacción. No ocurre lo mismo con el del bus. Bien sea porque se baja de repente sin mirar para ningún lado - o para el lado contrario de donde viene el ciclista - o porque está en el andén, ve venir su bus y sencillamente se lanza a cogerlo, olvidando -si alguna vez lo supo- que entre el transporte publico y él hay un ciclista a punto de estrenarse como acróbata.
La niñez, divino tesoro, es fuente constante de sustos y peligros. Lo primero que se enseña a un niño es no correr por las calles, pero son muchos los que no saben aún que tampoco deben correr por los andenes en los que haya ciclorrutas. En cualquier momento aparece un niño. Secuencia: niño, frenazo, susto, madrazo, y regaño. Pero no siempre al pequeño. A veces, el regañado es el ciclista.
Y no hablemos de quienes tienen un grave problema semántico. Piensan que coche de bebé y bicicleta son sinónimos, o que carretilla -sobre todo de las que se usan para mover canastas de cerveza- son sinónimos. La lógica de estos personajes es que si tiene ruedas y no tiene motor la ciclorruta es para ellos. ¿Y el ciclista? A conjugar el verbo esquivar.
Se le reconoce al peatón que en algunos tramos de la red al Estado se le fue la mano y le dejó muy poco espacio. Pero en otros, el concepto de ciclorruta es una línea pintada en el suelo que nadie respeta. Insisto en lo de nadie. Ejemplo, la carrera 13 entre calle 63 y 60. Los usuarios de este pedazo saben que ahí no hay nada que hacer, porque sus dos ruedas tienen que compartir el espacio con suelas para todos los gustos. Tanto, que el Estado finalmente optó por poner avisos para que los ciclistas se bajen de la bicicleta ...en la ciclorruta. Esa pelea ya se perdió
Es el paraíso del peatón despistado.
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Yo comentarista
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