Guillermo el Conquistador lo
reconoció, tiempo después, mientras discutía detalles técnicos con el dermatólogo.
Existían antecedentes (*), por supuesto. Pero no sabía donde. ¿Dónde que? Donde había leído que si una mujer jugaba con su cabello, era una actitud
consciente o inconsciente de coquetería.
Alguien podría decir que si el hombre creía eso, era porque
quería creerlo. Sin esa creencia, y en un bus tradicional, nada hubiera pasado.
Como ya hablamos de la parte sicológica, pasemos al diseño automotriz. El
vehiculo de transporte masivo tenía parte de su silletería en desorden. Gracias a esta disposición, cuando Guillermo se sentó quedó justo frente a la joven dama.
Joven, bonita, sexy… ¿Era necesario decirlo? Él la miró y después desvió sus ojos para
evitar situaciones incómodas. Sin embargo, la visión periférica le permitió
captar una especie de patrón. Ella
jugueteaba constantemente con su…¡sí! con su cabello.
No era solo la mano apartando los rizos de los ojos. Era la
caricia en la coronilla, el movimiento de cabeza, el peinado simulado que
recorría la melena desde la raíz hasta
la punta. Y por el particular diseño del bus, Guillermo notó que si
había un destinatario del espectáculo capilar, tenía que ser él.
Así que todo estaba dado para lanzar el contraataque. Lo
primero que se le ocurrió fue utilizar
el mismo código. Desafortunadamente, autoacariciar su cabeza no se veía muy
seductor que digamos. Lo siguiente fue sacar pecho en la silla, hasta que un bache en la ruta le sacó el aire y lo
dejó con un largo acceso de tos. Intentó
una sonrisa seductora que no percibió respuesta, aunque tampoco rechazo.
La viejita llegó al rescate. Se acababa de subir al bus. A
un bus lleno de puestos vacíos. Guillermo insistió en cederle el suyo. Bueno,
la agarró del brazo y la arrastró para que se sentara donde él estaba. Una vez
de pie, miró a todos lados como quien no quiere la cosa hasta "notar" el espacio libre –espacio libre previamente detectado– en la silla ocupada por la mujer del cabello coqueto . Puso cara de “ve, sí
había puestos” y se sentó al lado de la dama de marras.
Lo siguiente era iniciar conversación. Parecía fácil. No lo era.
No se le ocurría qué decir. Mientras
tanto, el conductor cayó en
cuenta de que estaba colgado de tiempo y aceleró, con la consiguiente sucesión
de frenazos que acercaron brevemente a los compañeros de silla. Finalmente se
le ocurrió el comentario adecuado, pero segundos antes de hablar ella hizo lo que tenía que
hacer. Se bajó del bus. Mientras se alejaba por la calle, Guillermo la siguió
con la mirada. Seguía jugueteando con su cabello. ¿O se estaba rascando?
Sí, se estaba rascando. Como lo había hecho de la manera más
disimulada posible mientras estuvo en el automotor. Como empezó a hacerlo un par de
horas más tarde Guillermo, cuando los piojos comenzaron a hacerse sentir. Los mismos bichos que en la mañana invadieron
la cabellera de la dama en mención, y se pasaron a donde Guillermo durante el
breve momento en que compartieron silla y frenazos.