Si hay menores de edad entre los lectores va la advertencia: “Niños, no intenten esto en casa”. Aunque en casa no se puede. Debe ser en la calle. En una avenida congestionada, de alta velocidad, carriles en los dos sentidos, separador, sin semáforos a la vista, con puentes peatonales situados a distancia prudente para garantizar paso seguro de los caminantes.
Y hablando de caminantes, les presentó al cuarteto. Su edad es variable. Son mayores de edad y pertenecen a la clase trabajadora. Pueden ser hombres o mujeres, incluso una combinación (dos y dos, uno y tres). Eso no interesa. Lo que interesa son los roles.
Está el o la atrevida. Se arriesga, no piensa sino que actúa y definitivamente no tiene la más mínima intención de caminar hasta el puente peatonal.
Está la o el pragmático. Podría ir hasta el puente o no pero tiene alguna razón que combina tiempo disponible, pereza y atracción por las emociones fuertes que incitan a probar alternativas.
Está el o la seguidora, que deja que otros piensen por él o por ella, y simplemente actúa de acuerdo con las propuestas del líder.
Y está la o el prudente, que sabe que la alternativa más segura y racional es el puente peatonal, pero finalmente se dejará arrastrar por la presión de grupo.
Veamos el escenario. Carros a toda velocidad sin ninguna intención de parar. Y cuando pasa una tanda y queda un espacio “libre” se da el fenómeno del lento o el rápido. El lento es ese vehículo que se rezaga justo el tiempo suficiente para impedir que los peatones crucen la avenida antes de la siguiente tanda de automotores. El rápido es ese vehículo (muchas veces moto) que acelera justo a tiempo para impedir que los peatones crucen la avenida antes de que llegue la siguiente tanda de automotores.
A estas alturas cualquier lector con algo de sentido común habrá entendido que la alternativa lógica y segura es buscar el puente peatonal. Pero como el cuarteto no forma parte de los lectores de las Amilcaradas ellos optan por el cruce suicida. A lo kamikaze. (Paréntesis editorial. Y si la situación les parece conocida porque la han visto o vivido… no es una coincidencia).
Funciona así. Atrevida (o) se ubica en el borde del andén y pese a que siempre se rajó en matemáticas y pasó raspando en física mentalmente hace una serie de complicados cálculos que involucran velocidad, aceleración, masa, volumen e inercia para escoger el momento preciso. Y cuando llega ese momento, fiel a su estilo, se lanza hacia el otro lado de la vía. La (o) siguen, en su orden, seguidor (a), pragmático (a) y, tan renuente como resignado, prudente. Se trata de una ventana que dura abierta pocos segundos, así que cualquier duda o equivocación puede tener consecuencias fatales. O inesperadas, como aconteció esta vez.
Porque sí, llegaron al separador sanos y salvos. Pero al subir no hubo tiempo de fijarse en lo que pisaban, lo que incluyó ese recuerdo que algún visitante canino había dejado sin que el de la bolsita plástica hiciera su trabajo.
Vimos al cuarteto en el separador, poniendo cara de asco y restregando desesperadamente la suela de sus zapatos contra el pasto, contra la tierra, contra el andén y contra lo que fuera para librarse del tan desagradable como oloroso pegote antes de abordar el cruce del segundo carril.
Por cierto, estábamos en el puente peatonal.