miércoles, 26 de junio de 2024

Antes del "streaming", hubo un punto blanco



Mamá, ¿puedo prender la televisión para ver a Mr Magoo? 

Frase pronunciada por este sujeto, una o varias veces, en los años 60.

Mr Magoo era un personaje de dibujos animados con discapacidad visual (uso terminología moderna, en esos tiempos decíamos miope). Como su visión del mundo era completamente borrosa vivía metiéndose en líos, pero siempre salía ileso por dos razones: su excepcional buena suerte y ese sobrino (Waldo, creo) que ejercía como ángel de la guarda enrazado con pararrayos, porque todo lo que no le pasaba al tío terminaba afectándolo a él.

Eran los años 60 del Siglo XX. Me acordé de Mr Magoo a propósito de los 70 años de la televisión colombiana. Cada persona tiene su propia tele-historia. Aquí va una parte de la mía en versión infancia, (somos modelo 62, por cierto). El estado natural del televisor de la casa (solo existía uno) era apagado. Para encenderlo había que pedirle permiso a los mayores (quienes podían decir que no, pero ese es otro cuento). Cuando la solicitud infantil tenía éxito íbamos hasta el aparato, tomábamos una perilla, la girábamos hacia la derecha, sentíamos un crac (no clic) de que algo se había movido dentro de la máquina y… no pasaba nada. 

Los receptores de la época funcionaban con los llamados tubos de vacío. Antes de empezar a transmitir “algo” debía pasar. Le decíamos “calentar”. De hecho, el uso prolongado del televisor se sentía con un incremento notable de la temperatura de la caja. Lo de caja es literal. Cuadrada, grande, pesada y con pantalla embarazada. No se colgaba, Se ponía encima de un mueble, o era el mueble. 

Pero el indicador de que Mr Magoo estaba pidiendo pista no dependía de los calores. Era visual. Minutos (muchos) después de girar la perilla, en el centro de la pantalla aparecía un punto blanco. No como se encienden los bombillos, sino como las cocinetas eléctricas. Una lucecita casi imperceptible que ganaba intensidad poco a poco.  Alrededor del punto la pantalla verde (un verde muuuuyyyy oscuro) iba cambiando su color a una gama de grises con figuras en movimiento. Movimiento que no siempre era natural. A veces, la pantalla se llenaba de rayas diagonales psicodélicas. O las imágenes comenzaban a materializarse pero con lo que se llama efecto empuje en las presentaciones. Un cuadro que subía una y otra vez.

Cada problema tenía su perilla para efectos correctivos. En casos extremos había que ajustar la antena, o sea subirse al techo y manejar un sofisticado sistema de comunicación. El del techo movía la antena, preguntaba ¿YA? y alguien frente al televisor respondía ¡NO! !MÁS A LA DERECHA! Según la ubicación del aparato la operación técnica podía incluir repetidoras. Funcionaba así, el del techo le gritaba al de la ventana, el de la ventana le gritaba al que estaba afuera del cuarto, el de afuera del cuarto le gritaba al que estaba frente al televisor y este contestaba. La retroalimentación era igual, pero en reversa.

Solucionados los problemas técnicos el televisor quedaba prendido. Y no se apagaba más mientras hubiera algo que ver y alguien interesado. Visto el complejo procedimiento, no creo necesario explicar las razones.  

Para conocer el detalle de la programación estaban los periódicos o esperar hasta el final del último programa (cerca de la medianoche), cuando una locutora con cara de brava (supongo que por trasnocharse todos los días) leía lo que se vería al día siguiente. Aparecían barras y después la nada, que en televisión equivale a puntos y a ese ruido de jizzzrrr que todavía nos acompaña cuando no hay señal.

Entonces, el último televidente se levantaba, movía hacia la izquierda la perilla hasta llegar al crac y con la misma lentitud del encendido las imágenes comenzaban a difuminarse. Hasta que solo quedaba, justo en el centro, un puntico blanco. Cierre y fin de la emisión.