Si se trata de volumen, Bert Peg es un triunfador
indiscutible. El año pasado actuó en 20 películas. Cierto que la mayoría jamás
verá una sala de cine. No. Se distribuirán a través de video casero, yutub, o en horario infame de algún
canal desconocido. Tampoco tienen la más mínima oportunidad de competir por
algún premio. Es lo que llaman serie B. O algo peor. Pero siguen siendo
películas.
Bert, por supuesto, no es su nombre real, sino el artístico.
Cuando dejó Colombia en busca del sueño americano, era Roberto Pérez González.
No vamos a entrar en detalles sobre las múltiples maromas laborales que debió
hacer antes de lograr una oportunidad en pantalla. Solo diremos que por
recomendación o iniciativa propia –la verdad ya no se acuerda– adaptó su
denominación criolla una versión más vendedora, combinando un diminutivo de su nombre y un acrónimo hecho con sus apellidos. Así nació Bert Peg.
Si lo buscan en los créditos de películas de acción, terror,
misterio, policiales, guerras, desastres y una que otra histórica suele
aparecer. Sus personajes nunca tienen nombre, sino una profesión y número.
Fíjense cuando mencionan al policía uno, el vigilante 2, el guardaespaldas 3,
el pandillero 4, el guardia 5, el
soldado 6. La especialidad interpretativa de Bert es una breve presencia en
pantalla… hasta que alguien lo mata.
Lo contratan para personificar al guardia de seguridad que
será asesinado por los delincuentes cinco minutos después de iniciada la
película. Al soldado que morirá en batalla mientras el héroe se luce. Al
guardaespaldas de mafioso que será el primero en caer ante la furia vengadora
del héroe. Al policía que será arrasado junto con todos sus colegas en el
primer ataque extraterrestre. A ese miembro de un comando élite que fracasará
estrepitosamente en su intento de detener las artes del hechicero malvado
Sus líneas –es solo un decir, hablar, lo que se dice hablar,
casi nunca– suelen ser una aparición fugaz hasta que el protagonista o
antagonista lo degolla, le dispara con silenciador, lo golpea, lo empuja de un
décimo piso, lo electrocuta, lo atropella, lo desintegra o lo ahorca. Otras veces su aporte consiste en correr
hacia alguna fuerza poderosa o huir de alguna fuerza poderosa que, inevitablemente,
lo aplastará con todo su poder.
Muy de vez en cuando le dan alguna línea real. Decir “todo está bien”, segundos antes de que
lo pasen al papayo. Responder mediante algún sistema de intercomunicación que
sí cuando lo mandan a mirar, mirada que será la última de su vida, o mejor, de
la de su personaje. Cuando encarna
alguna autoridad su guión suelen ser requerimientos como “alto”, “su licencia
por favor” o “algún problema”. La inocente petición inevitablemente será respondida con balas, golpes,
lanzallamas, bombas atómicas o, en versiones más sofisticadas, armas futuristas,
magia asesina o algo que cae del cielo y lo aplasta, surge de las profundidades
y lo devora. O no se ve pero se
convierte en todo un reto para Bert, quien debe interpretar el ataque letal de
algún monstruo invisible.
Eso cuando su muerte se ve en pantalla, porque hay ocasiones
en las que a la hora de editar suprimen la escena y la aparición de Bert en el
filme se limita a una fugaz visión de un cuerpo en el suelo, más o menos
ensangrentado, más o menos descuartizado de acuerdo con las habilidades del
exterminador de turno.
Para Bert aplica literalmente eso de que cada día es morir un poco. Pero qué importa, trabajo es trabajo. Así sea morir en pantalla.
Para Bert aplica literalmente eso de que cada día es morir un poco. Pero qué importa, trabajo es trabajo. Así sea morir en pantalla.